"Justicia divina" de Patricia Morales Betancourt

27.10.2021

Emergilda, una mujer devota, preocupada por la poca dedicación a los sacramentos por parte de su esposo, siempre le recordaba:

- Amor, conviértete-. Ella deseaba alcanzar la gloria y creía que si su marido no los practicaba sería condenada a vivir por siempre con él en el infierno.

- No será tan distinto a lo que ya estoy viviendo. Por lo menos, si lo logro convencer será una separación post-mortem y evitaré el escándalo.

Recordaba las palabras de su difunta madre:

- Hija, rézale tres rosarios, confiésate, y encomiéndate a la novena de San Antonio para que te cases.

Efectivamente consiguió un marido: con veinte años de más, borracho, jugador y mujeriego.

- Resígnate y cumple los deberes de una buena esposa-. Fueron las últimas recomendaciones de su madre.

Ella desesperada por evitar quemarse en el averno y cumplir con las palabras de su madre le sugirió a su esposo:

- Rafael, ¡cambia! Todo lo que le pidas al Padre, por medio de la intercesión del Espíritu Santo, te lo concederá. Quiero ir al cielo y si no te compones me iré al infierno contigo.

Ya él sabía lo que le esperaba: vivir con ella por siempre y si ésta era su condena prefería encomendarse y conseguir el verdadero disfrute en vida.

Comenzó a hacer la lista de las cualidades de la mujer que deseaba.

- Tú que todo lo puedes, dame una damisela que se deje besar con ímpetu, que reciba mi peso con misticismo, que sea la protagonista de mis constantes fantasías, mi guarida, y mi razón de ser; que cuando caminemos el estrecho sendero, para llegar a mi cuarto, la pueda cargar y que cada noche se deje acariciar con el brillo de la lámpara que tengo encendida encima de la puerta. ¡Hazme este milagro!

Cayó sobre el piso después de haber sido golpeado por un rayo que le iluminó por completo la alcoba.

Al reponerse, vio a su lado una muñeca inflable.

El todopoderoso se había compadecido de ambos.

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)