"Jugadores" de Deyanira Sanguino Mateus

24.08.2022

La conversación con el hombre de negro se había extinguido repentinamente igual que el fuego en la chimenea. Fuertes gotas de lluvia golpeaban la cabaña y Felicia se sentía cada vez más melancólica. Tratando de ocupar el tiempo en algo atizó las brasas con esmero intentando encender el fuego, pero todo fue inútil; el hombre de negro lo intentó y en segundos logró una hermosa hoguera. Ella dejó escapar un suspiro, de continuar el mal tiempo se vería obligada a pasar otra noche en compañía de ese enigmático personaje. Al principio la idea de viajar con él le había parecido magnifica, sin embargo, ahora, cuando el caprichoso clima había convertido una tarde soleada en un verdadero diluvio, la idea la espantaba. Felicia sirvió el café número cincuenta y ofreció una taza al hombre. Bebían en silencio mientras ella naufragaba en un torbellino de pensamientos funestos; de pronto escuchó que golpeaban la puerta. El hombre de negro abrió rápidamente y una pareja de extranjeros se abalanzó dentro, agitando sus chaquetas empapadas. Felicia no les entendía, sin embargo, el hombre de negro hablaba con ellos fluidamente y llevándolos junto al fuego, atizó de nuevo la hoguera. Ella ofreció café y recibió a cambio irónicas sonrisas acompañadas de verdes miradas, intimidantes; se alejó nerviosa y empezó a considerar la idea de continuar sola.

Diez minutos más tarde se escucharon en la puerta nuevos golpes, afanosos. La mujer abrió y otro par de bulliciosos y asustados extranjeros arribó al lugar. El hombre de negro, que parecía mucho más generoso de lo que Felicia consideraba conveniente, los invitó a pasar y les recibió sus coloridos abrigos; "chaquetas de jugadores" pensó ella. A pesar del frio la temperatura en la cabaña subía y el intenso fuego que avivó súbitamente la hoguera se hacía peligroso a los ojos de la mujer. Esta vez no ofreció café, solo se sentó en la cama, arregló su mochila por si urgía salir corriendo y se quedó observándolos. Los abrazos bailaban en torno a los extranjeros como si una amistad de años los cobijara. Después de los calurosos saludos se acurrucaron alegres junto a la chimenea e iniciaron un juego en la hoguera. Uno de ellos descubrió su mano y permitió que el fuego la envolviera, después la exhibió, orgulloso de su hazaña. Otro hizo lo mismo con su pierna.

Felicia ahogó un grito de terror al sentir el aroma de la carne chamuscada; varios minutos pasaron sin sonidos que interrumpieran la proeza, después, solo el balanceo de la pierna calcinada. Ellos reían; Felicia luchaba con su estómago. Los dos extranjeros que faltaban por jugar decidieron ser más osados y se sentaron en la hoguera mientras el hombre de negro calculaba el tiempo que duraría el reto. Ella se opuso a semejante prueba y trató de detenerlos; ninguno la escuchó. Incapaz de soportarlo, tomó su mochila y huyó del lugar. En medio del torrencial aguacero divisó algunos policías y pidió ayuda, pero ellos, ocupados en sacar del fondo del barranco dos autos que habían chocado, la ignoraron. Un socorrista ascendía, pálido, con un bebé en brazos:

- ¡Gran tragedia! Solo sobrevivió el bebé. La camioneta hizo explosión. Dos miembros del equipo lograron arrastrarse fuera, los otros dos quedaron atrapados. Para fortuna del niño, el vehículo de la mujer no explotó.
Felicia miró a su hijo. Recordó la botella de vodka en la guantera del carro y la costumbre de ahogar sus penas con el líquido caliente y relajante que la hacía volar; recordó todo. No podía llorar. Dirigió su mirada hacia la carretera y vio al hombre de negro acercarse:

- Ven conmigo - le dijo-, en la cabaña te esperan.

El bebé lloraba desesperado en brazos del socorrista. La madre se acercó y lo besó; el niño sonrió y se durmió plácidamente tranquilizando a los policías. Felicia tomó la mano del hombre de negro, regresando junto a él a la cabaña. Los extranjeros estaban fundidos en la ardiente hoguera y solo podía verse sus sonrisas amenazantes y sus brazos extendidos, esperándola. Ella buscó suplicante a su acompañante; no había nadie. Sin poder escapar, cerró sus ojos resignada y se dejó arrastrar.

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Imagen: Obra del fotógrafo José Carlos Nievas (Córdoba / Murcia)