"Juego limpio" de Hugo Portal

29.07.2021

Diciembre de 1914, estadio neutral o, como dirían algunos, «tierra de nadie». Los fuegos de artificio habían dejado de iluminar el cielo, los espectadores cantaban a coro alegres villancicos y los veintidós jugadores ya estaban en la cancha. Tanta era la euforia que algunos de los espectadores debieron ser trasladados a los puestos de enfermería. Por un lado, estaban los ingleses, creadores de aquel deporte que se había expandido por todo el mundo. Del otro lado estaban los alemanes con su disciplina atlética y un modo de juego vanguardista.

El terreno de juego no era lo que se dice «una alfombra verde», pues la incesante actividad de los meses anteriores, en combinación con la lluvia que había persistido durante varios días, lo habían reducido a un campo minado de pozos y lomas. El saludo protocolar, por respeto a los rivales y en procura de un juego limpio, dio paso al minuto de silencio en honor a los hermanos caídos en batallas que no les pertenecían en lugares lejanos que solo conocieron al final de sus jóvenes vidas.

Sin más preámbulos, el balón empezó a rodar. Los alemanes contaban en sus filas con un tal Müller: un jugador inteligente, con una lectura de juego envidiable que le permitía anticipar movimientos propios y ajenos antes de que fueran ejecutados. Su posición natural era el medio campo y la condición física le permitía ser tanto la primera barrera a superar, como el conductor natural del ataque bávaro. En las filas inglesas se destacaba Hughes, un galés prominente que servía a la misma corona que sus compañeros. Estos lo llamaban «Huge» por su robustez, más allá del juego de palabras con su apellido. Por lo general jugaba al centro de la zaga. Aunque no fuera un jugador muy veloz, resultaba muy difícil de encarar e incluso de ganarle a la carrera. Tal vez el liderazgo de ambos se debiera a su experiencia, pues estaban dentro de los más veteranos de sus equipos, en una época en la que la trayectoria de los jugadores podía extenderse hasta los cuarenta años sin perder competitividad. Asimismo, había jugadores jóvenes, muy prometedores, pero aún inmaduros en varios aspectos. Precisamente, eran estos los que, por su velocidad y agilidad propia de la juventud, comandaban el ataque de cada escuadra: James y Bradford para los británicos, Becker y Zimmermann para los alemanes.

Tras aproximadamente noventa minutos de puro fútbol, el partido terminó. El equipo alemán se alzó con la victoria por tres goles contra dos. El partido fue reñido, pues no hubo ningún balón que no fuera disputado. Una verdadera batalla de gladiadores, tal como si no hubiera mañana, aunque quizá así fuera para algunos. No obstante, el clima después del pitazo final fue cálido, fraterno. Ambos equipos permanecieron un buen rato en la cancha en un intercambio de palabras de respeto y admiración. Los simpatizantes también se unieron al festejo y los vencedores compartieron los premios: chocolates, whisky y cigarrillos.

Los villancicos navideños se elevaron en la oscuridad de la fría noche francesa con más fuerza que la primera vez. Sin embargo, el cansancio que pesaba sobre sus hombros les marcó la retirada. Nadie sabía con exactitud cuánto duraría ese oasis llamado tregua. Lo cierto era que la estrella de Belén les había regalado un momento sui generis de felicidad, aunque ya era hora de volver a las trincheras.

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Imagen: Autor, CIRO MARRA