"Intermedio" de Luisa Gutiérrez Castro

22.08.2020

Ella es morena. Está de espaldas y, de vez en cuando, enreda un rizo oscuro entre los dedos de su mano izquierda. Frente a ella, el azul acuoso de un muelle mediterráneo. Las piernas, desnudas y morenas, balancean en el embarcadero de blanca madera hasta rozar el agua con los dedos de los pies.

Un catamarán de blanca vela abre las aguas dejando tras él un largo y blanco triángulo de espuma. Se oye el oleaje y un color de miel lo cubre todo; ahora toma forma circular, ahora tiene párpados: poco a poco se descubre el rostro completo, joven, de labios gruesos y nariz ligeramente chata. Un lunar en la mejilla derecha y, a ambos lados, en cada lóbulo, tintineantes estrellas de plata.

Alguien la mira y ella se gira doblando el cuerpo, de cintura para arriba, hacia la izquierda. Una respiración extraña y pasos que repiquetean en la madera blanca. Dibuja una sonrisa y se prepara para un abrazo: el cocker rubio menea la cola y se deja acariciar las orejas.

Murmullos de música lejana, cada vez más clara. Vuelve a pasar el catamarán. Dentro de la pupila azul de no se sabe quién distinguimos una figura femenina, con shorts amarillos y camisa de gasa estampada de margaritas: está sentada, las largas piernas colgando sobre el agua. Salta un pez. La figura se hace más grande; ahora la vemos en primer plano, sonriente, mientras se recoge un mechón rebelde con tendencia a tapar el ojo.

Un hombre -puede que de treinta años-, retira los gemelos de sus ojos y mira con azul admiración. Camina delante de una vela blanca y coge un paquete de cigarrillos, se pone una camisa azul cielo y desaparece bajo la cubierta de un ... catamarán. Segundos después, emerge, peinado y con una bolsa de piel. Tamborileando con los pies descalzos, desliga un cabo y salta.

El cocker, inquieto, observa una Zodiac naranja que salpica por detrás a unas gaviotas. La chica fija la mirada en aquel ruido de motor; mientras tanto, continúa oyéndose aquella música familiar, muy familiar.

La Zodiac ya toca el muelle y el hombre con pantalón blanco y camisa azul cielo se levanta, la amarra con pericia al noray más próximo, coge la bolsa de piel y, de un salto, planta los pies tostados, sobre la madera blanca.

La chica mira con curiosidad; el hombre se le acerca con rigurosa sonrisa de dientes inmaculados. Abre la bolsa y es una nevera portátil de donde extrae dos vasos transparentes con cúbicas formas heladas, un plato con olivas rellenas y... una botella de MARTINI. Juntos hacen un brindis de tintineante sonido, mientras se va haciendo evidente la letra que acompaña a la música: Donde esté y a la hora que esté/ un MARTINI le invita a vivir./ Su brillante sabor / tiene vida y color./ Es MARTINI. Entonces la imagen se aleja y la nueva pareja feliz va haciéndose cada vez más pequeña.