"Imaginación" de Nancy Vechio

13.10.2020

La imaginación fue dibujando su cuerpo.

Repasaba cada mínimo detalle, cada estrella de sus ojos, cada centímetro de su piel.

Hasta se imaginaba el compás melodioso de su corazón, y qué sentimientos podían quizá, alterarlo.

¿Sería amor?

¿Tal vez tristeza?

¿La risa, el llanto, la dicha?

No recordaba su altura con exactitud, por lo que decidió atribuirle la altura perfecta de un abrazo.

Su talla de zapatos coincidiría con su caminar, con esas huellas profundas esparcidas por el sendero del destino.
Serían firmes, seguras y del tamaño ideal para enredarlas con sus pies pequeños una noche de invierno.

Sus hombros, de jugador de fútbol americano, listos para enfrentar con hidalguía cada lágrima que escapara de su mirada, colmando el cáliz de una camisa blanca, y al desparramarse por el cuello formaría una sutil amalgama con su perfume, logrando una trilogía perfecta.

Unos brazos término medio: ni tan fornidos, ni flacos caídos en desgracia.

Lo primero supone un pase libre al gimnasio del barrio, con la cruda realidad de que sólo se mira al espejo de los anabólicos, y lo segundo que descuida su aspecto, su hombría.

Lo justo es lo justo.

Lo imaginó amable, solidario, amante de las mascotas y los niños.

Con la sonrisa amplia, franca, capaz de derretirla como chocolate al sol.

Su mirada, entre un guiño de complicidad, una pasión a punto de explotar y un sosiego ante sus fantasmas, ante sus sombras.

Después del carnaval multicolor de sus pensamientos, agregaría los toques finales: el veneno rosa y suave de la pista de carrera que suponían sus carnosos labios, con la bella costumbre de mordérselos casi al final de la comisura derecha cuando se acercaban aguardando la miel, y sus manos...

Sus manos tendrían la exactitud del arrumaco, contendrían en ellas todas las caricias tibias de otoño, toda la generosidad aún sin bolsillos llenos.

Y su voz, grave, profunda, inolvidable.

Pero no la imaginó parecida a la de su jefe, mezcla de reclamos con gruñidos de medio tiempo.

- ¿Evangelina, puedes terminar para mañana el diseño?
Su sobresalto dibujó unas líneas de más...

- Por supuesto, sólo faltan pequeños detalles.

- De acuerdo, en mi oficina a primera hora, gracias.

Ahí percibió que la noche comenzaba a descorchar el champagne demisec de algunas constelaciones lejanas.
Miró con detenimiento la hoja y el tablero de dibujo técnico.
Su inventiva sumó líneas, sombras, números, cálculos.
Pero no pudo dibujar calidez.

Tal vez el plano perfecto, sin interrupciones, tendría las manos tibias.

Una lágrima ofició de enmienda para la frialdad de una fábrica metalmecánica.