"Ilusión óptica" de Patricia Elena Morales Betancourt

27.10.2020

Desde el primer día le causó pánico. Cuando la enfermera intentó entregárselo se negó a cargarlo.

- ¡No puede ser! ¡No soy responsable! ¡Esto no es mío!

Recordó las lacerantes palabras que su madre, al enterarse de su estado de gravidez, sin haber contraído nupcias, le profirió: engendrarás un monstruo.

Consciente de la inocencia del neonato y sin mirarle, le dio de mamar. Le llamó Francisco, un nombre con carácter, para que soportara las burlas, acosos y golpes que les incitaría a todos por ser tan feo.

Poco a poco aprendió a amarlo y consecuente de su desgracia, a educarlo para que se defendiera en su soledad.

Él, en su afán de encontrar sosiego e ignorar un poco su tormento, se craneó una empresa que le permitiera huir de semejante infierno: vender ilusiones.

Con una libreta de apuntes y un lápiz, que afilaba con el asfalto áspero de las calles, visitó los pueblos más remotos. Imaginaba, como todo ser humano, que su suerte cambiaría y en el mejor de los casos, encontraría a alguien que le pudiese amar... pese a su cruel aspecto.

Una tarde gris, de frío invierno, una mujer, tierna y hermosa, al verlo tan solo, se le acercó.

- Si usted vende ilusiones y nos hace soñar, ¿podría solicitarle la mía?

- Es un honor, para mí, complacerla- y ella de inmediato le dijo sin divagar:

- Quisiera tenerlo a mi lado.

Francisco no daba crédito a las palabras que escuchaba de tan bella joven. Apenas la conocía. Atónito, miraba a su alrededor, creyendo que ella se dirigía a otra persona.

- ¿Me escucha? ¡Respóndame!

La miró de manera compasiva para leer en ella la veracidad de tan anhelado requerimiento, que jamás, dada su fealdad, había escuchado de otra mujer diferente a su madre.

- Señorita, me hace sentir el hombre más venturoso. Qui... - y sin haber terminado la palabra, la mujer se desvaneció. Recorrió el espacio tratando de recuperarla en vano, y empuñando su mano hacia el cielo reclamó:

- ¿Por qué me la has quitado? ¿Por qué?!

A lo lejos, vio unos adolescentes burlándose de él que le gritaban:

- ¡Vete! ¡Sálvate ahora que puedes! -y agarrando piedras, para arrojarle, uno de ellos exclamó:

- ¿Para qué amedrentarlo? ¡Mírenlo no más! ¡Da lástima! ¿No se dan cuenta de que ya está muerto?

- Sí... ¡Lo ha visitado la muerte!

- ¡Huyamos!

(Imagen: Obra de la autora)