"Hilo musical" de Pere Inglés Pedrero

08.10.2021

─ Nuestro Señor lo ha querido con él ─dijo, meliflua, sor Bernarda.

Inés, encamada, la miraba con los ojos aterrados. Del fondo del pozo más oscuro de sus entrañas brotó un grito salvaje y primitivo que, al llegar a la garganta se detuvo y estalló en el pecho. Quedó con la boca abierta y muda mientras caía por el abismo del desconsuelo.

─ Ya le hemos dado sepultura ─agregó la monja siguiendo el guión previsto─. Has de conformarte, aceptar los designios del Altísimo y mirar hacia delante ─remachó imperativa.

Inés, prisionera de la aflicción, se empapó de recuerdos:

La noche de la Virgen de Agosto, en que Gerardo, el veraneante moreno con un delicioso hoyito en la barbilla, y ella fueron raptados por un arrebato de pasión.

La llegada del otoño, cuando supo que estaba en cinta.

La autoridad y firmeza con que los padres de Gerardo decidieron buscarle a ella un lugar donde pasar el embarazo y le encontraron cobijo en el Monasterio de las Madres Mínimas en el barrio de Horta, en Barcelona.

El adiós a sus padres, avergonzados, y al pueblo, acusador.

Y aquel convento lejano, y sor Bernarda, y la celda, triste y fría, y el viejo gramófono, y los discos, que sonaban a fritura.

El pequeñín creciendo en la tripa. Sería un nene, estaba segura.

Y la sonrisa franca y la mirada luminosa que no perdió en aquel lugar áspero y perdido.

Stormy Weather, la canción que en aquellos meses escuchaba a todas horas, se le aferró al alma y no se la quitaba de los labios.

Y Gerardo, al que se lo tragó la tierra.

Después del parto, cuando supo que ya no vería a su pequeñín, vinieron tiempos tenebrosos, de sonrisa forzada y mirada oscura. Dejó el convento y buscó trabajo en la ciudad. Tuvo que aprender a vivir con aquel dolor secreto, profundo y perpetuo, como prenda de aquel juego disparatado que era la vida.

Pasaron veintidós años. Con una amiga, tan sola como ella, viajaron a Lisboa. Un atardecer bellísimo, mientras paseaban por el Rossio, Inés se detuvo de pronto al escuchar a un músico callejero entonando Stormy Weather. Aquella voz enternecedora la estremeció. El corazón brincó como si quisiera salir del pecho al ver de cerca al cantante.

Era un muchacho muy joven, moreno...

¡Tenía un delicioso hoyito en la barbilla!

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)