"Hasta que la muerte nos separe" de Ivette Crespo Bonet

12.09.2022

Desde lejos puedo ver que la camisa quedó perfecta; con su canesú almidonado y las mangas sin rayas. Se puede deslizar la mano y sentirla suave y estirada. Jamás permitiría que mi esposo saliera a la calle de otra manera. Esta tarde en la casa lo vi cuando tomó la camisa del perchero y se la puso. Se miró satisfecho en el espejo. Me mantuve en mis deberes de hogar haciendo como que no lo notaba. Pero yo sabía que iría a verla a ella. Siempre elige lo mejor cuando quedan a encontrarse.

Mi marido es todo lo que poseo. Mi vientre nunca dio frutos y no tengo más familia que él. Ni siquiera tengo un hombro donde llorar mis penas o una conversación amiga donde encontrar consuelo. De ahí parte mi necesidad de él y desde ese junco se amarra mi vida. No concibo que alguna vez se rompa ese nexo y me quede en la vida sin saber qué hacer. Daría pasos en falso en total oscuridad, caminando a tientas sin saber dónde ir. Si tengo vida es gracias a él y no existe mujer que lo pueda impedir.

Ella es mucho más joven ¿Acaso nació cuando ya nos habíamos casado? Sospecho que sí. La estrechez de su cintura ceñida por sus brazos y la tersura de su rostro que acaricia con su mano, me recuerda que alguna vez yo también fui ella. Fueron mis ojos la mirada que buscó y fue mi mano la que alguna vez tomó sin pudor. No quiero aceptar que vive de nuevo lo que ya nos pasó y que siente otra vez el nerviosismo de un beso robado y la pureza de un capullo de flor.

¿Tendrán sus labios rosados un dejo de mis besos?

¿Será su aroma como las empeñadas violetas que un día juró le recordaban a mí?

Desde mi lugar apartado y oscuro, los veo reír. No sé si reírme con ellos o dejar libre el llanto que intenta salir. Mi marido es muy buen conversador, seguro su magia la ha hechizado como antes me ha embrujado a mí. Me da pena por ella, porque una vez encantada, ya no podrá dimitir. Tendrá entonces que cargar con la tristeza de verlo partir. Saber que si algún día sus ojos se apartan, buscará ella también un rincón apartado y oscuro donde verlo venir, con otra cintura y otro rostro, acaso aún más joven, ya no enamorado ni de ella ni de mí.

Este augurio me atormenta porque prevengo su repetir. Ya lo he visto antes; un día te ama y al otro se quiere ir. Mas no puedo dejarle porque su libertad entraña mi sufrir. Sin prole, sin familia, y sin deseos de vivir, me niego a que me aparte y se olvide para siempre de mí.

Recuerdo claro la mañana que nos casamos. Cumplí fiel todos los juramentos que hice aquel día. He sido más fiel que un perro a su dueño, que las sombras a la noche o que el canto del gallo a los primeros rayos del sol. Todavía plancho con cariño todas sus camisas, aunque sé que las toma del perchero cada vez que se quiere ir. Siento algo de consuelo al saber que no tendré que hacerlo mucho más tiempo ni tampoco tendrá él que volver a elegir. Si el mandato fue hasta que la muerte nos separara, así se ha de cumplir.

El cuchillo lo he afilado con el mismo afán que le preparo su cena, emparejo sus medias o me muestro servil. Me parece grotesco pensar en tanta sangre pero supongo que será para ella solo una pequeña inconveniencia, considerando lo mucho que le evitaré sufrir.

Esta tarde me ha besado en la frente antes de salir. Casi puedo jurar que iba feliz.

Los observé de lejos y me acerqué sigilosa. Su camisa bien planchada, su sonrisa de encanto y su cita final no lo vieron venir. Lo primero quedó manchado, lo segundo transmutó a dolor y la mujer me miró con espanto y sin saber qué decir. Cuando juré que hasta que la muerte nos separara, no lo dije por decir.

••••••••••
Imagen: Obra de la pintora Rosa Salinero (Vitoria / Ciudad Real)