"Hace unos días ...", de Santiago Noci Romero

22.05.2019

Hace unos días, mi abuela cumplía 99 años. Al verla sentada en el sillón, sufriendo el deterioro del cruel paso del tiempo, me vinieron a la cabeza los episodios de la vida que me unían a ella. Mientras, todos los que estábamos a su alrededor, intentábamos descubrir algún atisbo de lucidez mental, le recordábamos continuamente quiénes somos, dónde vivimos, enumerando hijos y esposas, dando pistas a una mente que, castigada, va perdiendo recuerdos en sentido inverso al que se adquieren, olvidando sus últimas vivencias más recientes, rescatando de sus más recónditos archivos mentales, personas y hechos acaecidos en la adolescencia y en la niñez, como si las manecillas del reloj hubiesen invertido su movimiento natural, destruyendo todo lo vivido, desde el final al origen.

Me propuse recuperar esos episodios, amontonados en los rincones polvorientos de nuestra mente, sensaciones, olores, imágenes imborrables que, seguramente algún día, sean pasto del incendio provocado por las manecillas del reloj vital cuando comiencen a invertir su giro.

El olor a tortilla de patatas los viernes, cuando llegábamos a su casa del colegio, el papel pintado, forrando las paredes de su casa en Ciudad Jardín. La imagen del abuelo Manolo, con su camiseta de tirantes blanca, su vaso de vino blanco, su sonrisa, deslizando entre los labios el brillo de su diente de oro.

Tardes infinitas de radio escuchando a Encarna, sillón y tranquilidad, con pocas palabras que compartir. Paseos de domingo a la Judería, de vuelta a la rutina diaria del colegio, cocido de garbanzos con pringá, la calle Alderetes, el campillo, nuestros particulares y exclusivos campos de fútbol. Y al llegar el verano, vacaciones y viaje al paraíso...... ¡El Pueblo!.

Madrugones y paseos por la Jurá, el cerro de Los Sillones, El Pozo Benardo, Los Tiemblos. El olor a tierra húmeda de la calle cuando todas las mujeres limpiaban su puerta con los cubos de agua y la escoba, la Calle de la Iglesia, el ruido de los mulos por las calles, infinitas horas de juegos por el Callejón....

El sabor de los tomates de la huerta de los Evaristos, recién cogidos de la mata y lavados en la alberca, tardes de merienda y cena, cientos de primos a los que visitar, noches eternas sentada a la puerta de la casa con las vecinas, Basilisa, Porfi, hablando de sus cosas.... Mientras, la libertad, amigos, primos, grupos de niños detrás de grupos de niñas, paseando por las calles del pueblo. Partidos de futbol, baloncesto, piscina, correr, saltar, caer, arañazos, señales, inyecciones del tétano... Todos los años tocaba...

Recuerdos que me enseñan a disfrutar y ser feliz con poco, aprendiendo a sacar el máximo partido a lo más insignificante y cotidiano, a lo habitual, a lo que tenemos al alcance de la mano todos los días y muchas veces no somos capaces de verlo.

Quizás algún día, cuando las agujas de mi reloj comiencen a girar al revés, comenzaré a sentir de nuevo aquellos olores, volveré a saborear el gusto de aquellos manjares, volverá a sonar la radio, volveremos a sentarnos en la puerta al fresco y volverá a brillar aquella sonrisa con su diente de oro.

Hoy, primero de abril, cuando la primavera asoma su belleza por los rincones, dos días después de que el reloj de mi abuela se parase para siempre en este mundo, decido compartir todos estos sentimientos, agolpándose agónicamente en todos mis sentidos. Gracias por todo lo que nos diste. Disfruta de esta nueva etapa que acabas de comenzar.