"Gotelé mental" de Charo/Yayo Gómez

11.09.2020

Durante el confinamiento he vivido sola. Me he encontrado conmigo misma a medio camino entre mi cuerpo, el salón, mi mente y la cocina. Tenía subidas y bajadas de ánimo: me atiborraba de chocolate, me conectaba, me crispaba, me conectaba, me emborrachaba, me conectaba, me polarizaba... La angustia y la ansiedad se apoderaron de toda mi existencia. Después del largo día me iba a la cama tropezando con los muebles y con las sílabas. Había dejado de ser el pim, pam, pum real de todo el mundo y ahora solo los veía por videoconferencia, con los labios pintados de rojo carmesí y vestida de cintura para arriba, como los presentadores del telediario. Como si nada ocurriera. Intentando simular la normalidad.

Al principio todo eran risas. La pantalla se había convertido en casi la única ventana al mundo. Frente a las calles desiertas, frente al terror del aislamiento y frente al yo, me, mi, conmigo, tenía que buscar, desesperadamente, a los demás en el monitor. Bendito wifi salvador, que, junto con los sanitarios, también merece el Premio Princesa de Asturias en la categoría de Ciencias de la Comunicación.
Al poco tiempo eran tantas las videollamadas que me sentía casi Zoomvigilada. Clases virtuales, reuniones laborales, mimitos familiares o botellones grupales. Casi todos lucíamos como decorado una estantería cuajada de libros, no sé si de atrezzo o real para alardear de cultura. Incluso he oído la famosa doble pillada de desnudo y cuernos en pleno directo casero entre tertulianos televisivos. Todos, en el fondo, haciendo teatro.

A propósito de interpretar nuestra soledad. Vale, lo confieso: pasé todo el confinamiento en el pueblo, haciendo compañía a mi madre, sin ordenador, cobertura, ni conexión a internet. Creo que tengo una especie de gotelé mental que me incita a ser protagonista de mil vidas.