"Gardenias" de Faviola Llamas Guzmán

Emilia entra toda vestida de negro, hasta los calzones que trae son negros. Camina por una de las calles del panteón cargando unas gardenias blancas. Sabe perfectamente a dónde va: ocho cuadras derecho, tres a la izquierda y cinco a la derecha. Debe llegar junto al árbol de olivo que mandó sembrar Francisco para esta ocasión. Se quiso ir temprano para ver cómo habían arreglado el lugar y asegurarse de que las flores están colocadas de manera adecuada.
- Puras flores blancas-, le dijo a la recepcionista que le preguntó por los detalles.
Emilia espera a la comitiva junto al árbol. El asiento reservado a la viuda lo puede usar alguien más. Ella desea estar parada durante el servicio. Ve llegar el féretro cargado por sus hijos y el único hermano de Francisco. Detrás de la caja viene la poca familia que aún conservan y que los visita de manera regular. Más atrás desfilan los amigos y las mujeres de la vida de Francisco. Desde su primera novia hasta su última amante. -Eso de que las mujeres viven más debe ser verdad- piensa Emilia al verlas.
Alfredo, el más pequeño de sus hijos, se para junto a ella. Las mujeres lloran cuando el sacerdote empieza a hablar. Los amigos de Francisco se ven agotados, lo habían velado toda la noche jugando dominó.
Anita, la última amante de Francisco, se ve desecha -Pobre, deberían darle mi asiento- piensa Emilia. La voz del sacerdote la está arrullando. Empieza a hacer una lista mental de lo que debe hacer después del entierro: arreglar la pensión, el testamento, quitarse el luto ¿Y después? Podría viajar, meterse a estudiar un diplomado en arte e invitar a desayunar a sus amigas a su casa. Piensa en todo aquello cuando siente unos ojos mirándola, la dueña es Hortensia, la mujer a la que más amó Francisco. Hortensia fue hija de un hombre al que metieron a la cárcel, por eso la familia de Francisco se opuso al matrimonio. - Ella qué culpa tiene dijo Emilia cuando Francisco usó la historia para meterse a su cama y curar su corazón roto.
Emilia sabía que ellos dos se veían una vez al año en un café cerca de los arcos.
- Hortensia es la que debería sentarse en la silla de la viuda. Ella ya lo ha perdido dos veces, yo sólo una- se dice mirándola - a ella sí le queda bien el negro y los ojos hinchados de tanto llorar-. Ve que en sus manos trae unas gardenias blancas y de su cuello cuelga un collar de perlas, era el collar de la abuela de Francisco - Con que ahí fue a parar-.
La única cosa que le creyó a Francisco fue la de las gardenias blancas y ahora también Hortensia las trae. Cada mañana, durante más de 60 años de matrimonio, Francisco entraba al cuarto con unas gardenias blancas para Emilia. - Estas flores son sólo para ti-. Le solía decir.
- Ay, Francisco- dice en voz alta antes de ponerse a llorar. Alfredo la abraza. Emilia llora más. La sientan en su silla y sigue llorando. Tiene tantos papeles que arreglar y está perdiendo el tiempo en el entierro.
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Imagen: Autor, CIRO MARRA