"Gardenias" de Faviola Llamas Guzmán

29.07.2021

Emilia entra toda vestida de negro, hasta los calzones que trae son negros. Camina por una de las calles del panteón cargando unas gardenias blancas. Sabe perfectamente a dónde va: ocho cuadras derecho, tres a la izquierda y cinco a la derecha. Debe llegar junto al árbol de olivo que mandó sembrar Francisco para esta ocasión. Se quiso ir temprano para ver cómo habían arreglado el lugar y asegurarse de que las flores están colocadas de manera adecuada.

- Puras flores blancas-, le dijo a la recepcionista que le preguntó por los detalles.

Emilia espera a la comitiva junto al árbol. El asiento reservado a la viuda lo puede usar alguien más. Ella desea estar parada durante el servicio. Ve llegar el féretro cargado por sus hijos y el único hermano de Francisco. Detrás de la caja viene la poca familia que aún conservan y que los visita de manera regular. Más atrás desfilan los amigos y las mujeres de la vida de Francisco. Desde su primera novia hasta su última amante. -Eso de que las mujeres viven más debe ser verdad- piensa Emilia al verlas.

Alfredo, el más pequeño de sus hijos, se para junto a ella. Las mujeres lloran cuando el sacerdote empieza a hablar. Los amigos de Francisco se ven agotados, lo habían velado toda la noche jugando dominó.

Anita, la última amante de Francisco, se ve desecha -Pobre, deberían darle mi asiento- piensa Emilia. La voz del sacerdote la está arrullando. Empieza a hacer una lista mental de lo que debe hacer después del entierro: arreglar la pensión, el testamento, quitarse el luto ¿Y después? Podría viajar, meterse a estudiar un diplomado en arte e invitar a desayunar a sus amigas a su casa. Piensa en todo aquello cuando siente unos ojos mirándola, la dueña es Hortensia, la mujer a la que más amó Francisco. Hortensia fue hija de un hombre al que metieron a la cárcel, por eso la familia de Francisco se opuso al matrimonio. - Ella qué culpa tiene dijo Emilia cuando Francisco usó la historia para meterse a su cama y curar su corazón roto.

Emilia sabía que ellos dos se veían una vez al año en un café cerca de los arcos.

- Hortensia es la que debería sentarse en la silla de la viuda. Ella ya lo ha perdido dos veces, yo sólo una- se dice mirándola - a ella sí le queda bien el negro y los ojos hinchados de tanto llorar-. Ve que en sus manos trae unas gardenias blancas y de su cuello cuelga un collar de perlas, era el collar de la abuela de Francisco - Con que ahí fue a parar-.

La única cosa que le creyó a Francisco fue la de las gardenias blancas y ahora también Hortensia las trae. Cada mañana, durante más de 60 años de matrimonio, Francisco entraba al cuarto con unas gardenias blancas para Emilia. - Estas flores son sólo para ti-. Le solía decir.

- Ay, Francisco- dice en voz alta antes de ponerse a llorar. Alfredo la abraza. Emilia llora más. La sientan en su silla y sigue llorando. Tiene tantos papeles que arreglar y está perdiendo el tiempo en el entierro.

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Imagen: Autor, CIRO MARRA