"Fomento de la lectura" de Ángel Saiz Mora

19.08.2022

¡La vida es una mierda!

Si las intenciones de aquel sujeto que irrumpió en el café eran captar la atención de los parroquianos, lo había logrado con solo cuatro palabras.

Apenas unos minutos antes, un pequeño grupo de amigos departía en torno a unas cervezas. Los tres compañeros de instituto, a punto de comenzar sus respectivas trayectorias universitarias, eran conscientes de que esa nueva etapa podría distanciarles. Hicieron propósito de mantener la amistad en el tiempo y bajo cualquier circunstancia.

Encaramado de forma teatral encima de la barra, el tipo exigía al camarero que echase el cierre del establecimiento. Ante la negativa de éste, esgrimió una pistola.

No parecía posible que aun flotasen en el aire las palabras recientes de Laura, quien con buenos argumentos mostró interés por la Psicología para la que iba a formarse. Ernesto hablaba con ilusión del grado que pronto iniciaría en Educación Física y Deporte. Ambos se habían aliado para hacer blanco de sus bromas a Fermín, no a causa de su matrícula en Filología, sino por lo voluminoso del libro que acababa de tomar prestado de una biblioteca.

Todo había sucedido muy deprisa para los presentes. Era difícil asimilar que estuviesen retenidos por un hombre tan extraño como peligroso, con algún oscuro propósito. Uno de los clientes hizo amago de utilizar su teléfono móvil y el tipo no dudó en apuntarle entre los ojos. Después hizo que todos los dispositivos electrónicos fuesen depositados sobre una bandeja.

Al comprender que nadie iba a cuestionar su posición dominante, el sujeto hizo partícipes a todos del abandono de su mujer, añadió que no encontraba trabajo y que el mundo se iba al garete, era inútil resistirse. Estaba convencido de que la crisis económica actual, o la siguiente, acabaría con los seres humanos, igual que la falta de recursos y las guerras, combinadas con nuevas pandemias, erupciones volcánicas y otros desastres. Mejor terminar cuanto antes, uno por uno, para evitar sufrimientos estériles. Él se había autoproclamado ángel exterminador para esa, según su criterio, piadosa tarea. Preguntó
quién deseaba ser el primero.

Laura, con una sonrisa bajo la que trataba de ocultar el miedo, intervino para otorgar, conciliadora, un poco de razón a esos argumentos. Con voz algo temblorosa dijo que los jóvenes como ellos estaban predestinados a vivir peor que sus padres, que el futuro era incierto. El hombre acudió a la mesa del trío de amigos con el ceño fruncido, aunque sus facciones de lunático estaban algo más relajadas. La muchacha había logrado captar su atención.

El tipo insistió en que no había esperanza para nadie. Quizá por encontrarse en un lugar propenso para la tertulia, Laura se atrevió a matizar que, pese a las innegables dificultades, el ser humano tiene capacidad para detener la degradación del planeta y hallar avances que hagan la vida mejor para todos.
En ese momento sucedió algo que nunca olvidarán los presentes, una acción cuyas consecuencias trascendieron aquel momento.

El libro de Fermín fue a estrellarse con toda la fuerza que fue capaz de reunir contra la frente del tipo, un adoquín no habría sido más efectivo. Antes de que se pudiera reponer, Ernesto lo desarmó con agilidad felina. La ayuda adicional del camarero y de otros clientes hizo que quedara inmovilizado en el suelo.

El episodio fue noticia en los medios informativos. La hazaña combinada de los jóvenes impidió una tragedia, en especial, el oportuno lanzamiento. El café se convirtió en lugar de peregrinaje para turistas y curiosos.

Las librerías agotaron las existencias de la novela, reeditada en todos los formatos e inesperada lectura de moda ese verano, a pesar de sus más de mil páginas y de no tratarse de una novedad editorial de consumo rápido, sino de un clásico.

Años después, Fermín dedicó su trabajo de fin de grado al afán de superación de las dificultades que subyace en Guerra y Paz, de Tolstoi.

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Imagen: Obra del fotógrafo José Carlos Nievas (Córdoba / Murcia)