"Estoy aquí" de Natalia Álvarez Barranco

08.11.2020

- Tócame a mí -protestaba una y otra vez-. Te digo que me toques a mí.

- Carlos seguía obcecado en la misma abertura con una sonrisa en los labios. La habitación tenía vistas al mar y por la ventana entreabierta se colaba un aroma a salitre que humedecía la atmósfera de toda la casa.

- ¿Estas ciego? ¿No ves que eso ya está seco? -Sus gritos se perdían entre la respiración agitada de Carlos-. Hay días que es mejor ni asomarse, porque para que un chaval te mire con cara de embobado y no sepa ni estimularte... Un día me voy a esconder y no me volvéis a ver el pelo. También va por ti, Laura.

Carlos comenzó a abrirse paso entre las briznas rojizas que cubrían la superficie y perfilaban la entrada de la cumbre.

- Venga, que tú puedes. Un poquito más arriba. Sigue, sigue, solo un poquito más...

Las pupilas de Laura se dilataron de golpe. Y el vello de sus piernas se erizó tanto que hizo temblar las sábanas que envolvían la cama de sus padres. Aún recordaba las noches que, de pequeña, había pasado allí cuando enfermaba y su padre le narraba historias de reinos lejanos sin parar de abrazarla.

- Ya casi estás, solo unos milímetros más -Cada vez estaba más hinchado y comenzaba a enrojecerse.

A medida que las manos de Carlos se acercaban, las vibraciones a Laura le traspasaban la garganta, en esos momentos, se fijó en la fotografía de su primera comunión que pendía de una de las paredes. La niña que diez años atrás lucía un vestido blanco y sonreía al fotógrafo con una cruz colgada del cuello, miraba fijamente su vientre desnudo.

Mientras sumergía sus labios en el pecho de Carlos, ella le agarró del brazo y guió sus dedos hacia el origen de esta historia.
Comenzó, por fin, a frotar el clítoris con tal destreza que hizo empañar los cristales de la habitación.

- Ahí, ahí -celebraba el clítoris.

- Ahí, ahí -gemía Laura.

- Cómo me ponen las pelirrojas -le murmuró Carlos.

- Calla y sigue. Sigue...

La lava del volcán se desparramó sobre las sábanas blancas como nunca antes lo había hecho, y un minuto después de que los dos jóvenes se envolviesen entre sus brazos para celebrar la gloria, alguien abrió la puerta de la casa. Carlos jamás olvidaría la cara que pusieron los padres de Laura cuando entraron a la habitación y contemplaron, con los ojos como platos, a su hija hipnotizada por los dedos del, como sabía que ellos le llamaban, maricón del barrio.

Imagen: Obra de Andre Lundquist. Dinamarca