“Es el momento” de Paz Larrumbide Moreno

01.03.2021

Contenta, no, contentísima. Esa llamada de teléfono, ha supuesto un espaldarazo a mi reciente trayecto. Me ha inyectado en vena una dosis de confianza en mí misma.

Hacía poco que había pasado por ese momento en que sientes que tu vida se ha parado, que de la noche a la mañana, has dejado de ser útil, que excepto a los más allegados, a nadie le importas. Los hijos volaron del hogar hace muchos años. Te quieren, pero no te necesitan. Los nietos superaron con creces, el tiempo en que requerían mis insuficientes cuidados, porque es estupendo ser abuela con 45 años pero la actividad laboral, te condiciona. El trabajo... puede pasar en cuestión de segundos de absorberlo casi todo, a no existir. Una simple fecha es suficiente para que la sociedad prescinda de los conocimientos acumulados, útiles hasta el día anterior, aunque la inversión esté insuficientemente amortizada. De eso fui consciente la primera vez que al rellenar en un formulario la casilla correspondiente a "profesión", lo hice como siempre había hecho. Rápidamente fue tachado por un despiadado funcionario poniendo encima: "jubilada". Por si no fuera suficiente, Osakidetza tuvo la delicadeza de enviarme una carta aclarando que quedaba fuera del programa de detección precoz del cáncer de mama. Toda la vida cuidándote y ahora, de repente, te dicen que ya no merece la pena. Que si te toca te aguantas, que ya vas teniendo edad.

Pues sí. Profesión: jubilada. Edad: mayor. Ya está. Reconocido y asumido. ¿Lo positivo? El precioso tiempo disponible, además de la siempre puntual y más bien escasa pensión. Así que, me dije, manos a la obra. Hay que llenar de contenido el resto de días que, vaya usted a saber, igual son años y tal vez, incluso en número abundante.

Sentí la necesidad de transmitir, al menos a mi gente, parte de lo vivido. Después de todo, resultará un recuerdo mucho más agradable y estético que una urna de cenizas, pensé. Y, a parte de la ardua tarea de ordenar las miles de fotos acumuladas, solo se me ocurrían dos formas de contarlo: escribir o pintar. Dos artes que siempre han tenido mi simpatía y a las que nunca pude dedicarles la atención deseada. Acudí a Internet, que informa sin preguntar edad. Cursos de escritura creativa, clases magistrales de pintores, consejos para lo uno y para lo otro. ¡Bendito Internet que te acerca el mundo hasta tu propia butaca! Tomé la decisión. Empezaría por la acuarela que parecía requerir equipaje más ligero.

Y ahora, esta llamada. ¡Qué bien, y qué oportuna!

Lo de la escritura creativa... lo dejaría pendiente. En un escrito siempre trasciende la personalidad del autor y soy muy pudorosa con mis sentimientos. Iría por partes. Sí. Aprendería el arte de la acuarela. Hice cursos, conocí a pintores y asistí a encuentros. Me gustaba ese ambiente. Los pinceles se convirtieron en acompañante inseparable de mis viajes, para ir reflejando lugares y rincones interesantes o sorprendentes. Estaba encantada con mi nuevo trabajo, sin necesidad de rendir cuentas a nadie. Meses después, di otro paso y alterné acuarelas con óleo. ¡Esto daba mucho más juego! Y me aplique con entusiasmo como siempre que algo me gusta.

El otro día descubrí, en el bendito Internet, un concurso de pintura, cuyo plazo para presentación de las obras, finalizaba el día siguiente. ¡Era el momento! Cogí el último cuadro que había pintado para regalárselo a mi hija, rellené el impreso necesario y lo llevé. No se presentaba fácil. Mucha obra entregada e interesante.

Unos días después, sonó el móvil. ¿Diga? Y cuatro palabras. Cuatro palabras mágicas: Ha ganado el concurso. No me lo podía creer. ¡El jurado había considerado que mi cuadro merecía el primer premio de los cinco adjudicados! ¡Qué subidón de adrenalina! ¡Esto sí que empezaba a ser un jubileo! Siempre había pensado que con ganas y salud, se puede lograr casi todo, pero lo de la edad... era un parámetro desconocido. Me sentí con fuerzas y decidí que el calendario, es un apaño inventado para medir el tiempo. Y sí, nunca es tarde para empezar... No le di más vueltas. Era el pretexto adecuado. Encendí el ordenador y me dispuse a contarlo.