"Entre líneas", de Almudena Gracia Castro

02.06.2019

El paso del tiempo empezaba a amarillear su piel. Las rosas de ayer no eran hoy más que flores secas. Su juventud se había marchitado pero no habían podido arrancarle el corazón. Un corazón que seguía latiendo, lentamente, negándose a morir.

Pasaba los días recordando viejas historias, momentos intensos de risa y llanto. ¡Cuántas lágrimas había hecho correr! Unas veces había sido testigo del dolor y otras de la dicha más profunda.
Condenado a la soledad más absoluta, la melancolía y la añoranza se habían apoderado de su ánimo.

Soñaba que algún día unas manos lo acariciarían y se fundiría con otro ser en un romance infinito.
Una ligera brisa lo envolvió. El viento anunciaba la llegada del otoño mientras las ramas golpeaban el ventanal. Las hojas se amontonaban en la entrada y la lluvia, que empezaba a caer, se colaba por todos los rincones.

El otoño hacía tiempo que había llegado a su vida, sin embargo, era el invierno lo que más temía: ese manto blanco cubriendo todo a su paso y recordándole su frío y largo encierro.

Aunque tardó en llegar, la primavera, por fin, bañó su lastimado cuerpo con los primeros rayos y lo despertó de su letargo.

De pronto, sintió un suave tacto y, en un instante, sus páginas se abrieron como una flor: una paloma alzó el vuelo, esta vez no confundió el mar con el trigo; cientos de golondrinas volvieron a anidar en los balcones mientras Romeo y Julieta se juraban amor eterno; don Quijote cabalgó de nuevo, el Cid regresó de su destierro, Hamlet abandonó su melancolía, Ana Karenina y Mme. Bovary decidieron darse una segunda oportunidad, Bernarda Alba dio por finalizado el duelo y Dorian Gray esbozó una ligera sonrisa. Después de todo, quién querría una eterna juventud sin tener con quien compartirla.