"El taller de los autómatas esculturales" de Manuel Cabezas Velasco

05.11.2020

Apenas habían transcurrido unos meses desde que alcanzase el objetivo de lograr un resultado positivo en una de las múltiples oposiciones en las que me había embarcado hasta entonces.

Parecía que podía ser aquella mi última oportunidad de lograr algo sólido con lo que encauzar mi vida. Los resultados de aquel proceso selectivo se harían notar en mi propio físico: flacidez, demasiados kilos de más, articulaciones maltrechas que en más de una ocasión me daban una señal de aviso de que las cosas hasta entonces no las había hecho demasiado bien en ese aspecto. Tampoco había ayudado para ello que no fuese un fervoroso admirador del ejercicio físico en general.

Tras lograr aquella modesta plaza de funcionario, y gracias a los sabios consejos de una amiga, me animé a entrar por primera vez en un gimnasio, un espacio hasta entonces desconocido para un servidor.

No creí que pudiera estar más de un solo día llevando a cabo aquellos ejercicios rutinarios que no hacían más que llevarme a incurrir en el mayor de los desánimos. La molesta y excesiva sudoración me hacían sentir incómodo, pero ahí estaba yo, con mi pantalón corto, mis zapatillas deportivas, una botellita de agua para reponer las excesivas pérdidas de líquido en forma de sudor, y otras cosas habituales en estos casos.

A pesar de todo, y aunque al principio algunas señales de una evolución positiva eran la prueba de que la apuesta por el ejercicio no había sido un error, mi cuerpo, y aún continúa por la misma senda, no estaba preparado para soportar aquellas agujetas continuas cada vez que salía de allí. Pero no eran esas dolencias físicas las que más me podía afectar, sino aquel ambiente para el que no estaba preparado. Unos lucían modelo, otros cargaban peso excesivo sin hacer caso de las recomendaciones del monitor por el simple ego de ser el que podría presumir de facultades... físicas en este caso.

Así serían las cosas que las diversas generaciones de personas que por allí transitaban me hacían sentir aún mas fuera de onda, totalmente desubicado. No entendía aquella apuesta por el modelo escultural más allá de los propios beneficios para la salud. Sin embargo, las metas que cada uno se marca están en función de su naturaleza y necesidades.

Lo mío no es alcanzar el éxito físico, sino simplemente poner a raya aquellos kilitos de más que durante décadas he almacenado y que difícilmente podré dejarlos abandonados por el camino.

A ello nunca llegaré, pues un autómata escultural nunca seré.