"El regalo" de María Fernanda de Miguel Bellvís

13.10.2021

Cuando Matías se jubiló, sus hijos le regalaron un reloj inteligente.

Él lo recibió con ilusión y algo de inseguridad, no dominaba las nuevas tecnologías, pero sus hijos se lo programaron para que supiera la hora, tuviera información precisa del tiempo, de la bolsa, de las últimas noticias, y cómo no, activaron la aplicación para que Matías tuviera un seguimiento exhaustivo de su salud: pulsaciones, tensión arterial, nivel de estrés, electrocardiogramas; todo conectado a su seguro médico para que, en caso de anomalía en su salud, se le enviara rápidamente asistencia allí donde el reloj marcara la ubicación.

Todo aquello era más de lo que había imaginado siendo joven, cuando desde el pequeño televisor en blanco y negro de su casa, vio llegar al hombre a la luna. Con la inocencia de la juventud imaginó un siglo veintiuno lleno de maravillas tecnológicas; pero aquel reloj superaba sus expectativas.
Matías enseñó el reloj a todos sus amigos, explicaba lo seguro que se sentía, porque sus hijos podían saber su ubicación y su salud estaba controlada. El reloj le decía cuándo debía andar, cuándo sentarse, le marcaba las pulsaciones del corazón y el ritmo cardíaco.

El reloj era la comidilla de todo el bar de Paco, algunos amigos lo encontraban innecesario, otros demasiado caro y algunos decían, al igual que su esposa, que eso de estar controlado a todas horas no podía ser bueno.

Una mañana muy calurosa del mes de agosto, el corazón de Matías dejó de recibir la sangre suficiente para seguir latiendo. El reloj recogió los datos y los envió al centro que tenía asignado y se dispararon todas las alarmas cuando se comprobó que aquellos datos correspondían a un hombre de sesenta y cinco años a punto de padecer un infarto de miocardio. En menos de diez minutos una ambulancia estaba donde marcaba la ubicación enviada por el reloj. Rápidamente un médico y un auxiliar llamaron a la puerta de la vivienda y una mujer de mediana edad abrió en bata de casa.

La pobre mujer se quedó de una pieza al ver aquel despliegue en el descansillo, preguntando por Matías. Ella ya llevaba rato levantada haciendo sus tareas y cuando se presentó el médico diciendo que su marido estaba sufriendo un infarto en aquel preciso momento, no dio crédito a lo que allí estaba sucediendo. El médico y el paramédico siguieron a la mujer hasta la habitación donde aún estaba durmiendo su marido. Rápidamente tumbaron de lado a Matías, le quitaron el pijama e iniciaron una reanimación cardiopulmonar; poco a poco el pobre hombre fue tomando consciencia; le pusieron una pastilla de nitroglicerina en la boca, lo cubrieron con una manta térmica y en menos de quince minutos estaba Matías de camino al hospital.

Estuvo una semana ingresado, las pruebas corroboraron que había sufrido un infarto de miocardio agudo. Familia y amigos lo felicitaron semanas después de salir del hospital y Matías no paraba de repetir que el reloj que sus hijos le habían regalado le había salvado la vida. Nadie volvió a dudar de las cualidades del regalo, incluso hubo quien se atrevió a comparar precios y modelos para adquirir uno igual.

En el hospital le implantaron un marcapasos conectado por wifi al reloj, de tal forma que el reloj vigilaba el buen funcionamiento y la regularidad de los impulsos eléctricos. Todo aquel dispositivo electrónico hizo que Matías se sintiera aún más seguro y pronto empezó a hacer vida normal, agradecido a la alta tecnología que le había salvado la vida.

Lo que jamás llegó a saber Matías es que, meses después de su recuperación, desde Rusia, un grupo de espías empezó a elaborar un ciber asalto a una empresa naviera ucraniana. El malware, por error, no solo atacó al objetivo previsto, sino que aceleró también las funciones de un determinado tipo de marcapasos e interrumpió la señal wifi con los relojes conectados a esos dispositivos, lo que causó la muerte a todas las personas que tenían ese software instalado. El de Matías fue uno de esos más de veinte mil relojes que pasaron de salvar vidas a acabar con ellas.

Matías murió de forma fulminante un domingo por la tarde viendo el fútbol.

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)