"El quinto" de José Manuel Dorrego Sáenz

18.10.2021

Nada más entrar en el ascensor, el botones me lanzó la pregunta a la cara, directa como una bala:

- ¿A qué piso va?

Odio a la gente que pregunta directamente, como si quisiera quitarte de su vista lo antes posible.

- No estoy seguro-le dije-¿Usted cual me recomienda?

Enseguida noté en él un cambio de actitud, como si estuviese agradecido de que alguien le respondiera algo más allá que un frío número de piso. Este tipo, pensé, a pesar de trabajar cada día de cara al público, está falto de cariño, como si echase en falta que interactuasen más con él.

- Pues verá, -dijo- los tres primeros pisos no se los recomiendo porque son familias desestructuradas, usted ya me entiende, esa clase de estructuras familiares que hoy están juntos y mañana vaya usted a saber. Los del cuarto sí son una familia modélica, pero por lo que tengo entendido, no son muy amigos de las visitas inesperadas. Y a partir del sexto ya son todo oficinas. Supongo que no habrá venido hasta aquí para terminar en una oficina. La verdad, no tiene usted aspecto de vendedor de seguros ni nada parecido.

- Evidentemente, no. ¿Y el quinto? - dije - ¿Qué me dice usted del piso quinto?

- Pues no sabría decirle, la verdad. Es un piso muy heterogéneo. Suben y bajan mucho, pero en cuanto empiezas a quedarte con sus caras ya no les vuelves a ver. Eso no es ni bueno ni malo, pero es algo inquietante.

- Pues al quinto, por favor-, respondí.

Y desde entonces vivo instalado en el quinto piso. Ciertamente, es un vaivén de gente y en cuanto comienzas a intimar con alguien, de repente, no vuelve a aparecer. Pero siempre me ha gustado esa alegría con la que reciben a todos los que llegan, cómo te miran: como si llevasen toda la vida esperando tu visita. Aunque al rato se excusen para ausentarse y se despidan con un "Ya nos veremos: siéntase usted como si se encontrase en su propia casa".

••••••••••

Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)