"El político honesto" de Ivette Crespo Bonet

23.08.2021

El día que la madre del pequeño Joaquín Cano le preguntó quién se había comido todos los caramelos y él lo admitió en total calma y sin reparo, ella supo que su hijo estaría siempre en problemas.

Joaquín Cano nunca mentía y ahora la madre pensaba que tal vez no era tan mala idea enseñarle que en ocasiones era preferible torcer un poco la verdad para no herir a los demás.

- Puedes decirle a tu maestra que se ve hermosa cuando la saludes por la mañana, eso le levantará la moral y la pondrá de buen humor. Es pura cortesía, cariño -le decía mientras él negaba con la cabeza y respondía que su maestra parecía desayunar limones agrios cada mañana y que además tenía mal aliento.

La madre incluso pensó que hacía mal en enseñarle a su hijo lo valioso de decir siempre la verdad. La franqueza del chico la ponía en aprietos cada vez que daba su opinión y sin pensárselo dos veces, le espetaba a las visitas que llegaban a la casa que a su mamá no le gustaba que la visitaran y que estaba loca que se fueran.

Todo resultaba inútil.

Las miradas de fuego que la madre le lanzaba cuando el niño abría la boca para hablar, los pequeños regalos con que lo sobornaba con tal de que simplemente permaneciera callado y hasta lo que pensó resultaría infalible como que adornara un poco las palabras a cambio de boletos para el cine.

Nada funcionaba.

Igual, Joaquín Cano parecía no tener conexión entre el cerebro y la lengua. Sin filtro alguno las cantaba como las veía. Siendo niño, la situación era un poco más llevadera pues la pronta intervención de la madre podría hacer pasar por cosas de chiquillos aquella espontaneidad que, al fin de cuentas, era sinceridad pura e infantil.

Pero el tiempo fue pasando y Joaquín Cano dejó el cabello lacio de partidura a mitad de cabeza, los pantaloncitos cortos y medias blancas hasta las rodillas y lo cambió por una voz grave, el pelo engominado peinado hacía atrás y traje con corbata. Tendría unos veintiocho años cuanto decidió incursionar en la política del pueblo.

El pueblo de Chintayo le conocía desde siempre. Todos sus antepasados eran chintayanos y varias generaciones atrás, un pariente suyo había sido alcalde. El pueblo, al igual que muchos otros, fue víctima del pillaje de los pasados alcaldes, regidores e intendentes. Todos llenándose la boca de promesas que no cumplían y enriqueciéndose con descaro y total desvergüenza, torciendo siempre las leyes a su favor.

No así lo que ofrecía Joaquín Cano a Chintayo. Él administraría el pueblo con honestidad.
Incapaz de mentir, respondió que no creía que Chintayo pudiera convertirse pronto en una gran ciudad, que la economía del pueblo estaba demasiado precaria como para salir hacia adelante en los próximos años y que los saqueos al pueblo lo habían puesto difícil para su progreso.

- Tomará muchos años salir del desastre social y económico que nos abate. La situación de Chintayo es frágil, por decir lo menos. Analizaré todos los recursos y trataré de hacer lo mejor que pueda. Pondré todo mi empeño y reconstruiremos el pueblo piedra sobre piedra si es necesario. Sin embargo, será muy difícil. Incluso, puede que no lo logremos -respondía cuando era preguntado sobre sus expectativas hacia el futuro si ganara las elecciones.

- ¡Pero qué candidato tan derrotista! -se quejaban algunos.

- ¡Qué falta de empuje y qué pobre espíritu! -se lamentaban otros.

Pero a Joaquín Cano le asistía algo que no tenían los demás: honestidad.

Esa cualidad debió ser su carta de triunfo, pero por algo los colmillos afilados de sus contrincantes relucían al escucharlo hablar.

La realidad cruda, sin adornos ni lisonjas no la quiso nadie, ni siquiera un pueblo tan golpeado por el pillaje como Chintayo. Llegado el día de las elecciones, salvo su propio voto, no consiguió uno más.
Dicen que su propia madre ni siquiera fue a votar.

••••••••••

Imagen: Autor, CIRO MARRA