"El Petroglifo" de Luisa Gutiérrez Castro

22.08.2020

Cargó el equipo en la ranchera mientras pensaba en su padre, con quien preparó la ruta.

En la 80, entre cardenches en flor, una chatarra de Ford Mustang II del 74, con las puertas abiertas y una maleta roja sobre el capó es la única señal del mundo habitado.

En el cruce con la 233, un Pontiac fiero del 80 verde musgo, colorea el paisaje e inquieta su corazón.

Comienza una sucesión de baches cuando, de entre unos matorrales, un hombre con sombrero vaquero salta al camino, haciendo señales de alto.

- ¿Qué hay? ¿necesita ayuda?

- Hola, ¿podría acercarme a las montañas?

- Suba ¿Visitando la zona?

- Sí y no. Yo llegué en el 75, con un grupo de amigos. Tenía 23 años.

- ¿Llegó? ¿quiere decir que, desde entonces sigue aquí?

- Algunos inviernos bajo a Park Valley y me contratan de guía. Y usted ¿viene sola?

- Sí, acabo de terminar arqueología y mi padre me ha regalado este viaje.

- Una chica atrevida.

- ¡Mire, una furgoneta Volkswagen Samba!

- ¿Le interesan los automóviles?

- Mi padre es mecánico y siempre me está hablando de coches.

- Pronto llegaremos a la Airstream plateada. Era de un joven matrimonio con un bebé. Ahí la tiene, junto a mi cueva.

La caravana reproduce el paisaje rojizo, con la ranchera y el cielo de nubecillas algodonosas.

- Cómo puede sobrevivir aquí?

- Haciendo auto stop.

- ¿Los dueños de los autos le proporcionan víveres?

- No, ellos son mis víveres.

Sacó un tomahawk, la cogió por el brazo y, se lo cortó limpiamente.

Retorciéndose de dolor, preguntó:

-¿Me va a matar?

- No, te morirás sola. No tengo manera de conservar tanta carne. A veces hago salmuera, pero me gusta más la carne fresca. Tú me durarás poco, porque estás demasiado delgada. Te pondré unas vendas, para que no
te desangres.

Baja del coche y aviva unas brasas resguardadas por un círculo de piedra frente a una pared cubierta de petroglifos.