"El peor tipo de cobarde" de León Lael Thomas Marín

27.10.2020

No era usual que lo calificaran de cobarde, era más que nada llamado impulsivo, aventurero, jamás tuvo miedo de morir antes de tiempo. No huía de lugares obscuros, ni de personajes amenazantes, siempre buscó enfrentarse cara a cara con la muerte, con el dolor y con la enfermedad. No evitaría ser apuñalado en el estómago pues le parecía más interesante tener la experiencia de tener un filo dentro de su cuerpo y la sangre brotando de la herida. Podría saltar de más de 6 pisos sólo para ver si sobrevivía; como te digo, no era usual que lo calificaran de cobarde. Aun así, algunas personas sabían que lo era, no sólo lo creían, pero lo habían confirmado. Era un cobarde a ciencia cierta. Y del peor tipo que se puede ser.

Desde los tiempos antiguos se supo que naturalmente el Hombre es un ser social, que no podría haber llegado a ser tan poderoso sin haber formado lazos, relaciones y contratos entre sí mismos. La compañía siempre nos ha hecho sentir más seguro. Pero ahora que uno puede sobrevivir sin tener que relacionarse con los demás, optó por tomar el viaje sólo.

Tomó el tren como de costumbre, observando detenidamente el comportamiento de los otros viajantes, algún godín de traje desaliñado, un grupo de jóvenes riendo de un tema sin mucha importancia, una pareja cargando a un bebé, y demás personajes interesantes a sus ojos. Llegó a la estación a la que se dirigía, cruzó la puerta del vagón y al mismo tiempo, miradas con una mujer por no más de dos segundos, avanzando a su destino sintió que alguien había tocado su hombro para llamar su atención.

- Disculpa, ¿A dónde te diriges? Necesito ayuda para encontrar un lugar y creo que me he perdido, he estado dando vueltas en el metro sin saber a dónde tengo que ir.

Dijo la mujer que había notado unos segundos antes con bastante amabilidad y un poco de miedo en su voz.

Él no tenía una dirección específica, no tenía que ir a ningún lugar en especial, sólo había salido a rondar calles que le gustaban a perder el día entero entretenido con lo que pudiese encontrar.

- Perdón, tengo bastante prisa, necesito llegar al parque de la amapola. No tengo tiempo para ayudarte.

Respondió sin detener su paso con un tono desesperado y enfatizando con su cuerpo que necesitaba partir en ese instante.

-¡Justamente ahí es a dónde tengo que llegar!.

Se detuvo a pensar medio segundo.

- Bueno, no exactamente, pero por ahí está mi destino.
Soltó una sonrisa, otra vez emanando amabilidad y confianza desde sus ojos.

Sin poder pensar en una excusa nueva, accedió a que se le uniera en el camino, aún tenían que trasbordar y el camino era un poco largo, pero fue acompañado con una plática constante, donde cada uno quedó perdido en las palabras del otro, y olvidó por primera vez observar a las personas que los rodeaban que ya no eran interesantes a comparación de lo que ella tenía que decir.

Llegando al parque ella tuvo que cruzar la avenida a unos edificios bastante altos, que no pudo descifrar de qué eran, se despidieron con un beso de mejilla, casi tocando sus labios, y ella le dejó un papel doblado, los dos se dieron la espalda, él caminó a la primera banca que vio, se sentó, abrió el papel que le había dado, éste decía, Lauren, y un número de teléfono debajo de éste, su corazón se aceleró un segundo, pero no se enfocó en el número, arrugó el papel y lo tiró a la basura.
Un hombre mayor en bastón pasó frente a él, y dijo en voz alta.

- Eres un cobarde.

Él soltó una sonrisa y pensó.

- Y el peor tipo de cobarde.