"El observador" de Jesús Paguillo Palacios

08.08.2021

Surcos sobre un terreno circular, un interior vacío, hueco. Un túnel regaliz oscuro. El viento reposa en la típica primavera dual, el tópico del día acuoso, la llovizna de recuerdos. Los grises de gotas minúsculas, casi inapreciables para el ojo humano. A cada rato el sol se erige como un salvador egipcio, como un mesías que se eleva en el paisaje. Sería el héroe teatral que empuja con coraje los males que el villano, siempre con el tiempo de retraso que le merece, interviene en una historia de eterno contar. Aquietar de la voz que traslada la sangre por las venas marcadas en la piel, por los conductos donde se aleja del suave tarareo. El murmullo, el ronroneo, el repicar de los dedos, el restregar de labios en beso, el terso erizar del vello, el mesar de barbas.

El presente es cumbre del pasado, hoy es un nuevo día que responderá todas las preguntas planteadas sobre la almohada, cobijas sobre telas de color granate, las mismas que el edredón no fue capaz callar durante el conticinio; y la mañana, la mañana plantea la lucha entre los miedos y el brío. Sin saber quién despertó, sin contar a qué lado caminan las horas, qué latidos enrojecerán la arrebolada tardía. Sin contabilizar las estrellas perdidas hoy frente al oscuro patio que muestra la verdadera cara de la existencia. Las carencias que caen al enladrillado suelo acunándose como hojas, meciendo las pupilas del observador caduco.

Aposentos desconocidos de tanto otear lo más lejano, grilletes que nunca se pusieron a prueba, turbios temores al hielo de la desesperanza, al calor de perder lo conocido. Aferrarse a sensibilidades que ya guarecen en un bolsillo o al nacimiento desnudo de una creación, el cuestionarse la caída del caliche o a la soberana dureza de la piedra, el color de la hiedra que pinta en acuarela o la penada libertad de permitir que llegue a lugares donde no se podrá cortar. Creer en uno mismo para secuestrar los ruidos que cabalgan desde lo extraño, creer en una misma para formar los mitos a seguir. Huir en definitiva, posarse en la rama como un jilguero pensando que está en libertad y decidir no vestirla.

Quieto y recto, despierto pero tímido ante el afán de la naturaleza, se afana en resistir el tiempo, aquel que lo envejece y enferma, quien lo busca y reta para que éste lo haga más inmortal de lo que ya es. El talento que lo convierte en obra de arte, en una poesía sin métrica, en una canción con letra triste, en una armonía lenta, marcada a un ritmo constante como el del corazón. Pero estático y benigno evoluciona, se convierte en centinela o vigía, se traslada a torreones a campo abierto. Desdibuja las limitaciones de la arcilla y la cal para contemplar terrenos que parecen casi infinitos, los redistribuye como si estuvieran bajo su mando, imagina los cultivos que darían, avaro olvidaría los paseos que le sacarían de su postrar ante la adversidad, solo abandonaría su lugar para abordar otra doma.

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Imagen: Autor, CIRO MARRA