"El mundo a salvo" de María Elena Lorenzín

11.11.2020

Chayote le llaman en algunos países; en otros, y con mucha razón, papa de pobre. Y vaya si no lo es en estos tiempos del COVID-19. Desde que comenzó la pandemia mi planta de chayotes no ha parado de producir a un ritmo vertiginoso. Los vecinos, a quienes les lanzo los verdes proyectiles por las medianeras, no dan abasto y me ruegan que no les mande más, que ya tienen bastantes como para mantener a un ejército. Otros sugieren por WhatsApp que piense en los pobres del mundo que no tienen qué comer y se mueren de hambre. Pero ¿qué puedo hacer yo si me paso recogiendo sus retumbantes frutos todo el tiempo? Ya no me queda espacio donde almacenarlos. La abundante cosecha ha tomado todos los cuartos de la casa, a tal punto que ahora me he visto obligada a almacenar en el techo y hasta en la azotea. Ni qué decir del garaje, que ha expulsado mi coche a la desprotección de la calle para dar prioridad a los avasalladores inquilinos.

Escasamente puedo acceder a la cocina con tanto chayote de por medio. Mi dieta no se ha diversificado. Las papas del aire, como también se las llama, cumplen perfectamente con su cometido alimenticio.

Ayer vinieron reporteros de la televisión para cubrir la noticia. Después supe que científicos del Reino Unido, los mismos que buscan la esperada vacuna, se han interesado en mis chayotes y han alertado que el fenómeno, de seguro, es un guiño de Dios cuando más lo necesitamos; un caso excepcional que necesita ser investigado. Ya han solicitado urgentemente algunas muestras para su estudio en laboratorios. Mientras tanto, ruego que esas investigaciones sean prometedoras y den en la tecla para poder salvar al mundo y deshacerme cuanto antes de este infierno verde en que vivo.