"El morador de Serrano" de J.M.Zar

10.06.2022

En Atocha, me encontré a Paco, el vagabundo que anidaba en la calle Serrano. Ya no llevaba aquel mochilón cuarteado. Enseguida me saludó.
- ¡Que tal tío!
- Bien, bien...
- ¿Cómo está tu pierna? -preguntó Paco.
- Aquello quedó en el olvido ¿Por dónde andas ahora?
- En el bajo que me dejó Joaquín en la calle Mayor. ¿Te acuerdas?. Me permitía tener allí mis "cosas", después me prestó una habitación que no tenía ganas de alquilar. La vida es un regalo cada día, y si te regalan una buena vida...
- Claro, claro, el viejo de la portería ¡Qué jodío, no te mudas a cualquier sitio!
- Je, je, je se acostumbra uno a lo bueno y es lo que tiene... Joaquín está jodidillo de una pierna y le saco al perro a pasear.
- Se te dan bien los animales, recuerdo que te ofreciste a pasear el braco del señor Genaro. Pobrecilla la asistenta, cómo la arrastraba por la acera. ¡Qué fuerza tenía el chucho! Menos mal que estabas allí.
- Ese perro necesitaba campo y le dan ciudad, es lo que tiene...
Me alegró verle aseado y sin la barba de mil colores.
Sufrí un accidente y mamá se empeñó en que me fuese a vivir con ella a la calle Serrano, fue cuando conocí a Paco. El morador se acurrucó en el lateral de la sucursal bancaria y pasó la noche en un saco de dormir. En la mañana, el vigilante del banco se dirigió a Paco; después de una conversación en la que el indigente sonreía y parecía estar en desacuerdo, se puso a recoger los enseres del suelo y, antes de que acabase, el uniformado llegó con un café de máquina, una botella de agua y un bocadillo. Esa noche se cambió al edificio de enfrente. Gané en perspectiva.
De vez en cuando, le observaba con los prismáticos. Dormía con la boca abierta, parecía un cadáver envuelto en un sarcófago barato. Lo que más me impresionaba era distinguir el intenso movimiento de los ojos bajo los párpados; sobrecogía. En noviembre me quitaron la fijación ortopédica; comencé a usar muletas.
No sé si fue casual, el caso es que al verme sujetando la puerta del portal, corrió como si me conociese de toda la vida para ayudarme.
- Gracias... ¿Es de por aquí?
- Soy de Madrid, pero ahora ando por esta zona, es tranquila. Antes vivía por Conde de Casal con mi mujer y mi hijo.
Los residentes de allí le apodaban el "indigente cumplido". Se pasaba el día levantando la mano para saludar con su sonrisa agradecida. Los vigilantes de la zona remitían a Paco a los visitantes que querían entrar con mochila a la embajada americana, que estaba prohibido; entonces él se hacía cargo de ellas durante las gestiones y se sacaba unas propinas. En la tasca de Maldonado le servían gratis café con churros. La vecina de enfrente le bajaba paella los domingos.
Con las heladas, los voluntarios del Ayuntamiento se presentaban cada noche con café caliente y se interesaban por su estado. Paco rehusaba ir al albergue. Alguien del Ministerio le arregló los papeles para que percibiese una pensión de la Comunidad de Madrid. Los de la sucursal le abrieron una cuenta con domicilio en Serrano para que la cobrase. Paco decía: «Manda narices que me ha tocao domiciliarme en esta calle, con lo cara que es la zona». Era increíble su buen humor, aunque tenía esas rarezas de las personas sin techo. Al atardecer realizaba su ritual. Sacaba las bolsas que recogía de los contenedores. Hacía inventario minuciosamente con un ritmo pausado, dubitativo, parecía un juego que solo él comprendía.
Un día que se esperaban bajas temperaturas, me quedé leyendo hasta tarde, pero el sueño me venció. A las seis me desperté, la ventana estaba helada y de Paco, rodeado de un manto blanco, hasta podía distinguir su moco congelado. Avisé al 112, estaban desbordados; decidí intervenir. Al abrir la puerta, mi madre se despertó; se lo conté todo. Si no es por mamá, no sé qué hubiese sido de Paco. En el periódico del día siguiente relataron que varios indigentes habían aparecido muertos. Quizás a Paco le salvó un ángel o simplemente su humanidad.

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Imagen: Obra de la pintora Edurne Gorrotxategi (Getxo, Bizkaia)