"El león eneano" de Willan Valdemar Castillo Briceño

Era un león retaco, sin melena, su rugido parecía un rechinar sin tino, estaba en su madurez y nunca se había sentido el rey de la selva. No tenía descendencia como los demás leones de la sabana, sentía que no había cumplido con el ciclo de la vida que exigía el reino: «nacer, crecer, ser rey de la selva, reproducirse y morir».
Se apartó de la manada, porque desencajaba en la sociedad de los leones. Emprendió su viaje para luchar con su conflicto existencial y con su desconformidad. Se refugió en el Bosque de piedras, fue allí cuando se preguntó: ¿qué puedo hacer con mi existencia, y con el tiempo que me queda para que el nombre del León Enano trascienda? Se quedó semanas ideando alternativas.
Hasta que un día empezó a escribir con sus garras sobre las piedras. Parado en dos patas, escribe que escribe, raya que raya, parecía un artista. Después de un año, todas las piedras estaban escritas con la letra del felino. Se podía leer la historia de todas las manadas de leones, su árbol genealógico desde el principio de la existencia, listas de animales extintos, historias de tribus desaparecidas, las hazañas de los reyes de la selva más representativos y la biografía del León Enano.
Yo también emprendí mi exilio, estaba hasta el hartazgo que entre los míos me digan: «Asno cerebrito». Se burlaban de mi inteligencia como si fuera el peor de los defectos en la sociedad de los asnos salvajes; y, hastiado del conformismo y la inacción de los de mi especie por dejarse tratar siempre como los más brutos del reino.
Vagué por la selva hasta que me topé con este singular león.
Cuando escuché su historia me sentí plenamente identificado, ahora los dos escribimos a dos manos, a falta de piedras, estamos escribiendo en los árboles; los hombres se llevarán una gran sorpresa cuando vengan a cortar árboles para papel, y se den cuenta que ya todo está escrito.
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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)