"El coraje de una mujer" de El peregrino (seudónimo)

20.08.2022

Sí, ella lo había matado. Lo sucedido era terrible. Sin embargo, todo tenía una explicación.

Elvira y Manuel llevaban casados desde hacía veintiún años. A partir de su regreso del viaje de novios, se había producido una transformación en el carácter de Manuel. Se diría que durante todo el tiempo de noviazgo disimuló ser un hombre afable y cariñoso.

Pero pronto los hechos se impusieron y dejaron al descubierto la persona que realmente era.

Enseguida aparecieron los malos modos, los desplantes, empujones y palabras gruesas, que poco a poco fueron imponiéndose en su relación

- Pero, mira que eres torpe. Todo se te cae.

Dos meses antes de lo ocurrido, Elvira había contactado con un grupo de mujeres que sufrían los mismos problemas que ella. Al principio le costó hacerse a ellas, pues eran muchos años de aislamiento, ya que ni a su familia podía ver. Pero, con estos encuentros, todas adquirían algo de fuerza moral y valor para continuar con su vida.

Elvira aquella tarde se puso ante el espejo y contempló su rostro atormentado. Quiso ocultar alguno de los golpes y dar un rastro de luz a su cara. El maquillaje disimuló parte de los defectos que la torturaban. Las tijeras hicieron su trabajo con el pelo.

Se contempló de nuevo en el espejo y vio que un poco sí había mejorado.

Buscó entre sus ropas algo que le diera un toque más juvenil y cuando se dio por satisfecha con lo que veía abandonó la casa para reunirse con sus amigas. Antes dejó una nota sobre el aparador a Manuel. "No me esperes, llegaré tarde".

La noche era joven, así que lo primero que hicieron fue ir a cenar. Luego, rieron, bailaron, cantaron... bueno, todo aquello que llevaban desde hacía mucho tiempo sin celebrar. Exteriorizarlo era su gran triunfo.

Las horas fueron transcurriendo y a las dos de la madrugada decidieron dar por acabada la fiesta y regresar a casa. Elvira, desde la calle, vio luz en la ventana y dio por supuesto que él la esperaba.

Se armó de valor. Sabía a lo que se exponía al salir sin el consentimiento de Manuel, pero estaba dispuesta a no dejarse dominar.

- Ya era hora. ¿Se puede saber dónde te habías metido?

- Pues con un grupo de amigas cenando.

- Pero tú, ¿qué te has creído? Cuando yo llego a casa tú tienes que estar esperándome. Y esa manera de vestir. No te parece, ¿qué ya eres mayor para ir así?

El tono de la discusión fue subiendo de volumen y cada vez Manuel se acercaba más a ella. De pronto le soltó una bofetada que la derribó al suelo.

Elvira comenzó a sangrar por la nariz. Manuel, viéndola tendida en tierra, se quitó el cinturón y con él la golpeó de modo salvaje. La mujer, queriéndose proteger de aquel ataque, se dirigió al dormitorio. En uno de aquellos lances cayó sobre la cama. Las manos extendidas hacia la mesilla contactaron con las tijeras, que aún continuaban allí después de haberlas usado para arreglarse el cabello. Y con las escasas fuerzas que le quedaban arremetió contra su esposo.

Éste, al notar hundirse estas en su pecho, comenzó a gritar como un energúmeno, mientras la sangre salía a borbollones.

Los vecinos ante tamaño escándalo avisaron a las autoridades.

Cuando la policía llegó, fue la propia Elvira quien abrió la puerta. La escena era dantesca. Ella toda ensangrentada y todavía con el arma empleada en la mano. Él sangrando y con la mirada perdida.
Cuando llegó la ambulancia, Manuel estaba muerto. Las tijeras le habían penetrado hasta el corazón.
La policía detuvo a Elvira. En su primera declaración ella lo había confirmado

- Sí. Yo lo he matado.

El juez determinaría si lo ocurrido podía considerarse defensa propia o no. Cuando meses más tarde se celebró la vista del caso, fue absuelta de todos los cargos.

Al día siguiente, Elvira mandaba un mensaje a sus nuevas amigas.

- Gracias a vosotras he podido recuperar mi libertad.

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Imagen: Obra del fotógrafo José Carlos Nievas (Córdoba / Murcia)