"El ciervo", de María David

22.03.2019

Era una mañana fresca de invierno. El viento paseaba aturdido sobre el campo congelado desprovisto de vegetación. Puede que sólo ciertos tallos se percibían tímidos y "bigotitos". Entre ramas infinitas y negruzcas de tilo, se veía una casa rústica, común, "escupiendo" nubes densas y grisáceas por la chimenea. Había un silencio absoluto, cautivador qué tampoco el gallo no se atrevió salir del gallinero con su canto molesto para despertar los seres. Carámbanos de hielo agudos decoran el tejado de tejas como si un arpa medieval intentan construir. Pasos pesados se oyen dirigiéndose hacía la puerta. Era Octavio Fernández, un campesino humilde, pero muy trabajador y avispado. Rod, su perro, feliz mueve su cola, mirando hipnotizado las ciervas que se veían desde lejos. Con sus manos carnosas y hábiles deja pan mojado con vino sobre el tronco robusto de un majestuoso haya. <<Y ahora ¡Esperemos!>> le dice Octavio a su perro, tumbándose sobre el suelo entre ramas de hierbas salvajes. Un ciervo se acerca husmeando curioso el festín que yace sobre el tronco. Come encantado cuándo de repente se encuentra débil, andando mareado hasta que su cuerpo imperioso se desploma agotado. Octavio y su perro se acercan contentos, cogiendo al ciervo por los cuernos, llevándolo orgulloso sobre su espalda ancha. Subiendo una cuesta inclinada y cubierta de hielo, resbala; el cuerpo suave del ciervo se cae lentamente de sus hombros. El perro agitado quiere coger a la presa por el cuello, su intención salvaje quedando en vano por un golpe preciso en la pata derecha trasera. "¡Ahora, no! ¡Suelta!" -le riñe Octavio a su perro, poniendo el ciervo cerca de una hoguera improvista de leña y hierba seca. "¡Vigila la presa!-le dijo Octavio a su perro, entrando en casa en busca de unas cerillas para encender el fuego.

Desde nada, en medio de esta llanura solitaria, se oye un sonido agudo. Una grieta profunda en zigzag atraviesa todo el lugar hasta llegar cerca de la hoguera. La tierra se divide; vapores espesos saliendo de sus entrañas maternas. El perro se asusta cuando la sombra de un oso pardo se alude saliendo de la tierra. Se queda inmóvil, paralizado, un gran miedo recorría sus venas calientes. El ciervo parpadea, abre sus ojos de color miel, mientras que lágrimas de esperanza y felicidad le cubren su rostro. Agarra al ciervo con sus patas enormes, esfumándose los dos en el interior de la tierra. Octavio sale de la casa y queda sorprendido en notar la falta del ciervo. "Rod, ¡Menudo vigilante que estas echo! Hasta a un ciervo embriagado no eres capaz de controlar."

El perro no reacciona, sólo mira fijamente en el sitio en donde el oso y el ciervo se perdieron sin dejar ningún rastro. No había ni un remoto indicio sobre los acontecimientos ocurridos en cuestión de minutos. Todo estaba como antes como si nunca haya sucedido algo. ¡Si solo el perro pudiera hablar....!