"El chico que no vio cumplido su deseo" de Jota Zarco

10.06.2022

Homenaje a la película "Los Goonies"

(A Corey Feldman, superviviente nato).

La gruta llegaba a su fin tras un extenuante camino y los miembros de la pandilla oyeron a lo lejos lo que parecía ser el rugido de una cascada. Guardaron silencio durante unos preciosos segundos y creyeron haber llegado al fin a la guarida secreta del bucanero Willy el tuerto y su mítico galeón perdido lleno de tesoros. Un lugar que había estado oculto durante siglos, con un maravilloso legado para aquel que lo encontrara. Si el navío estaba allí, sería una suerte, la mejor de todas. Una nave cuya bodega rebosaría de cofres llenos de monedas de oro, de joyas y de collares de perlas preciosas terminados en colgantes de diamantes y rubíes. De exóticas estatuas tribales provenientes de las islas perdidas del Caribe y de una promesa llena de esperanza: salir para siempre de la pobreza. Los chicos aceleraron el ritmo y una vez se adentraron en el paso que daba a la zona iluminada, su decepción fue aplastante. Allí solo encontraron una cascada artificial que abastecía una piscina en cuyo fondo se albergaba una fuente de los deseos, y arriba, allá en el techo, había un túnel escavado en la piedra que conducía a la superficie. Hacia la salida de un pozo a través del cual la gente común arrojaba sus monedas al fondo de aquella cascada y formulaba un deseo, con la esperanza de que pudiese cumplirse algún día.Desesperados por su miseria, aquellos muchachos no perdieron la oportunidad de arrojarse sobre aquellas monedas sumergidas en un agua bañada en cloro azulado, e iluminada por focos que recordaban a los faros de un vehículo. Insistieron tanto en su tarea durante unos momentos que empezaron a sufrir serias dudas morales sobre sus actos. Entonces se crearon dilemas entre los miembros de la pandilla y estalló un problema ético entre unos adolescentes que se vieron partidos entre dos bandos enfrentados, aparentemente irreconciliables.

- ¡Esperad! -dijo Stef, una de las muchachas del grupo-, no podemos llevarnos estas monedas, son los deseos e ilusiones de la gente y estamos probablemente robando sus anhelos y esperanzas. Porque son quizá personas como nosotros-. Los muchachos dejaron de saquear su improvisado botín mientras una sombra de vergüenza los cubría a todos, menos a uno.
Bocazas vio el fondo de la piscina que había bajo él y se percató de un puñado de monedas de uno o dos dólares, fijándose en una en especial. Aquello no podía ser una simple casualidad. No podía creerse que entre aquellas monedas sumergidas en aquella fuente, hubiese una que le resultara dolorosamente familiar. Aquello en realidad no pasaba de ser una simple piscina, pero que hubiese una moneda italiana; una lira romana que su abuela le había regalado unos dos años antes con la esperanza de que formulase un deseo que llegara a cumplirse, parecía una cruel revelación. Ese era quizá el más grande de sus deseos. Un deseo incumplido, como el resto de sus ilusiones frustradas a lo largo de su corta, pero insatisfactoria vida. Bocazas sintió crecer su ira al verse rodeado de aquellas monedas por todas partes, pues era como un tesoro que se le negaba y estaba fuera de su alcance a pesar de tenerlo -más que nunca- entre sus manos. Introdujo sus dedos dentro de aquél agua con cloro y agarró la lira viéndola lleno de frustración, y dijo en voz alta para que le escuchasen sus colegas:

- Me la sudan los deseos de los demás, me la sudan sus ilusiones... ¡Porque esta moneda es mía, y mi deseo no se cumplió; me las quedo todas! -dijo como una auto condena, antes de volver a sumergirse en el agua de la fuente ante el estupor de sus amigos. Nadó en el fondo de la fuente mientras recogía todos los dólares que cupiesen en sus bolsillos, hasta que la tela le crujiese amenazando con reventarle por la presión.

Pero también tenía el presentimiento de que todas aquellas monedas volverían al agua, a su destino original y no podría llevárselas consigo. Como había sido siempre el ciclo vital de su existencia: un lastimoso cuento de aventuras en el que se temía que no hubiese un final feliz.


••••••••••

Imagen: Obra de la pìntora Edurne Gorrotxategi (Getxo, Bizkaia)