"El chicle" de Sacha Enmanuel Mársico

26.07.2021

- ¡Ya viene! ¡Ya viene! ¡Vamos!

Las contracciones de mi mujer eran a cada momento más rápidas.

Superábamos los cien kilómetros por hora en el auto. Creo que eran ciento diez, ciento veinte. Siempre he manejado rápido pero habiendo tanto en juego la presión era insoportable. La desesperación por llevarla al hospital sana y salva me tenía buscando un balance entre seguridad y velocidad que era imposible de sostener.

Con una vida dependiendo de mí, voy por la autopista, más segura que cualquier calle lateral, con la posibilidad de acelerar en cualquier momento y una salida directa a nuestro destino. Pero la autopista ya iba lento cuando entramos: auto tras auto tras auto hasta la infinidad enfrente nuestro, incapaces de ver su final. Íbamos tan lento que literalmente podía ver un pedazo de chicle en el asfalto. Una mancha rosa en el suelo, deformada pero similar a alguna cosa que había visto algunos meses antes. Una cosa que me había hecho feliz en aquel momento pero ahora era similar a un chicle en el asfalto de la autopista y, cuando me quise dar cuenta, la dilación del exterior, tan impasible a todo lo que pudiera sentir y desear, desaceleró mi interior.

Toco la bocina furiosamente, estúpidamente, solo para que ella me vea, me escuchara hundido en una impotencia que me justificara y que tal vez la tranquilizara de que todavía estaba ahí con ella, listo para arrancar una vez que el mundo nos lo permitiera. Pero para ese momento ya no lo sentía, solo un pequeño show por lo que alguna vez tuve la fuerza de ser. Fuera de la idea de un futuro, de una familia, solo quedaba el stress. El paso del tiempo y el stress.

- Amor, ya viene ¡Por favor, hacé algo! ¡No puedo aguantar más!

Hormigas rojas comenzaban a acercarse al chicle, se acercaban por todas partes en filas. Lo comían como a un suculento manjar sin que pareciera reducirse, algunas se atascaban en él. Ninguna de las otras las ayudaba. Yo las miraba desde arriba como un dios. Mi mujer gritaba de dolor y yo las miraba como un dios.

Los autos andaban solo para no apagar sus motores, como la gente en la caja de los supermercados, acercándose unas a otras solo para crear la ilusión de haber hecho algún tipo de progreso. No los sigo, no hay siquiera espacio necesario para que un auto se me adelante y quiero seguir viendo mi chicle y mis hormigas.

Tienen más sentido que el ruido proveniente del asiento trasero.

Totalmente aislado veo este otro mundo a mis pies, el cual no puedo escuchar por ser tan ajeno a él, por más abstraído que estuviera del mío.

El tránsito comienza a descongestionarse. Por simple reflejo muscular avanzo a su vez, lentamente, despidiéndome, escuchando el caucho sobre el asfalto del auto detrás ya sabiendo lo que iba a suceder, pero me detengo instantáneamente con una revelación. Las bocinas sonaban, furiosas y estúpidas, con la intención de que me moviera, despertándome de mi letargo.

- ¿¡Por qué te detenés!? ¡Hay espacio ya! ¡Avanzá!

Pero ya no podía avanzar más. Nunca más.

- ¡Avanzá! ¡Avanzá