"El búnker" de Alejandro Manzanares Durán

05.09.2022

Siguiendo un impulso irrefrenable se vio impelida a buscar un refugio, necesitaba sentirse segura, en su entorno el ruido y los presagios no auguraban nada bueno para su integridad. A duras penas arrastraba un cuerpo agotado durante aquella etapa de vida donde había experimentado todo lo permitido, no quería detenerse a pensar si lo podía haber hecho mejor; tal vez su ciclo resultó baldío y no merecía pasar al siguiente. En cualquier caso, la incertidumbre de futuro era lo que menos preocupaba a su mente, ahora la supervivencia a este mundo hostil le urgía para encontrar una protección.

Aquel lugar ofrecía a primera vista todo lo que necesitaba: soledad, armonía y seguridad. La búsqueda había terminado, el tiempo acuciaba ante las amenazas provenientes del exterior presagiando un futuro incierto; necesitaba prepararse por si realmente algún día lo hubiera. Rápidamente se puso a ello, y con sus propias manos, comenzó a construir instintivamente ese refugio. Sobrevivir era su meta y sin descanso, noche y día, prosiguió su labor tratando de conseguir su empeño. Cuando finalmente creyó haber terminado, exhausta y orgullosa de su esfuerzo se abandonó a un plácido y merecido sueño en el interior de su búnker.

Perdida la noción del tiempo, sumida en su letargo y mezclados con sus pensamientos aparecían viejos fantasmas de un pasado en el que se sentía frágil e indefensa. Un ser mezquino e inútil del que, a su paso, todo el mundo se apartaba inspirándoles repugnancia. Caminaba con la cabeza agachada para no ver sus desprecios e incapaz de atreverse a pedir ayuda. Jamás le mostraron un poco de la compasión que le hubiera gustado recibir; por momentos tenía la sensación de sentirse como un gusano.

Un latigazo de adrenalina le hizo despertarse, y abriendo los ojos, sintió la necesidad de agujerear la pared de su refugio. Ya no se oía nada, ni tampoco presentía peligro alguno, la motivación de sus preocupaciones anteriores habían desaparecido. Sus ojos no recordaban el brillo del sol, y al inundar sus pupilas, tuvo que parpadear varias veces para mitigarlo. Gradualmente fue desentumeciendo sus músculos y pudo alargar sus extremidades tratando de agrandar la abertura.

Deslizó su agarrotado cuerpo hacia el exterior y poco a poco sus piernas respondieron al esfuerzo. Erguida sobre ellas, extendió sus brazos en toda su longitud y notó una levedad nunca antes percibida: sentía el viento deslizarse bajo ellos incitándola a volar.

Se tomó un tiempo para adquirir consciencia de todo lo que le sucedía. A su alrededor contempló un paisaje luminoso y lleno de colorido. Las flores inundaban la campiña, las aves surcaban el firmamento trazando escorzos increíbles en el aire, los árboles se vestían de sus mejores galas para acoger en las ramas sus nidos proporcionando sombra al verde tapete donde convivía en paz y armonía toda la fauna.

A medida que el sol bañaba su rígido cuerpo, sentía correr por sus venas una inagotable fuente de energía vitalizadora que le incitaba a lanzarse al vacío. Nunca había sentido nada igual y, sin embargo, algo en su interior le impulsaba a hacerlo. Con una mirada al azulado e infinito firmamento agradeció a la providencia poder contemplar tales maravillas al tiempo que, frente a ella, un grácil colibrí libaba sutilmente una flor.

Ahora se sentía lo suficientemente fuerte y preparada para dar el siguiente paso, debía cumplir su cometido acorde con su nuevo destino. Aún no sabía en qué consistía, ni siquiera era consciente de sus facultades y posibilidades; esta nueva etapa era una incógnita, pero confiaba en su instinto, no podía ser igual ni peor que la anterior.

Un golpe de viento la hizo tambalearse, y aunque se agarró firmemente, el siguiente, aún más fuerte, la lanzó por los aires. Instintivamente zarandeó sus brazos y ¡oh! sorpresa, ¡podía volar! Se sitió ligera como una pluma mientras agitaba cada vez con mayor armonía sus extremidades acomodando también su cuerpo en cada batida. No se fijó ningún destino, sólo quería disfrutar al notar cómo el viento envolvía su cuerpo planeando por la verde y florida campiña.

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Imagen: Obra del fotógrafo José Carlos Nievas (Córdoba / Murcia)