"El asesinato del hombre lobo" de Amparo Martínez Gómez

La asesina, sentada en la cama, se centró un momento en sus pensamientos poligonales, encriptados e infinitamente fractales; pensamientos abismales de los que, antes de caer, salió.
Si se ensimismaba, el día se centraría en un punto. Correría el riesgo de estar todo el día dándole vueltas a una sola idea, un solo pensamiento y le costaría desenmarañarse.
Pestañeó y se puso en pie. Miró por la ventana. En sus ojos verdes, toda la luz del bosque...
Se concentró en el ramaje del árbol con sus hojas a contraluz. Y acabó viéndolo a la contra, como un negativo, invirtiendo las luces y sombras.
Se abstraía con suma facilidad, parándose en el tiempo. Siempre lo había hecho, primero por predisposición a esos estados de conciencia, después quizá para esconderse. Le gustaban esos lugares en su mente, esas realidades. Estaba cómoda en esos espacios estáticos que la llevaban a otros dominios. Lo hacía desde niña. ¿Había sido niña alguna vez, o quizá no había dejado de serlo nunca?. Su mirada era profunda y extraña.
Hoy tenía uno de esos días... tendría que salir.
Tarareando una estúpida canción que se le había quedado pegada en el cerebro, se puso felizmente las botas, y salió caminando por el sendero de su casita de campo hacia el mundo. Pero el mundo era muy grande, y las personas eran muchas y extrañas y quizás resultaba que ella era la extraña para todos.
Y de regreso a casa se sentó en una enorme piedra a pensar en nada. Tenía la sensación de que su mente iba muy deprisa; sin embargo, estaba incapacitada para desenvolverse y comprender el tiempo lineal conocido por todos. Por eso le gustaba perderse en esa especie de contemplación relajante y vacía de todo propósito. En la mano, el destornillador que usaba como mondadientes; le gustaba cuidar su dentadura.
Tarareando la canción del día, empezó a comer.
A lo lejos venía alguien. Muy elegante, sombrero, pipa y monóculo. Como un antiguo lord inglés. Y un bastón con empuñadura dorada.
¿De dónde había salido?, qué desconcertante. Mmm... sus zapatos brillaban mucho, pensó -mirando sus botas camperas llenas de caca de gallina y barro.
La aparición llegó a su altura y se sentó en la gran piedra, a su lado, mirándola de reojo.
- ¿Cómo te llamas?, -le preguntó ella, con la boca llena para molestarlo, pensando que podrían desagradarle las mismas cosas que a ella.
- Sir Cannis Lupus, -respondió él mentalmente- manejando el bastón como una majorette y haciéndolo girar grácilmente como la mejor de las animadoras. Mientras comía provocaba un ruido infernal de chasquidos y crujidos que a ella le crispaba los nervios. La gente haciendo ruido al beber o comer la ponía nerviosa. Que sorbieran la sopa o eructaran ruidosamente la desesperaba.
- Endalecio era un hombre lobo, disfrazado de persona.
Inteligente y elegante, le preguntó mirándola, solo con sus ojos, sin palabras:
- ¿Y tú?
Ella alzó su mano y le clavó su destornillador en el ojo libre. Por no hablar con su boca, por hablarle con aquellos ojos verdes como los suyos, y porque se quería llevar el ojo que le quedaba, tenía un color muy bonito. La asesina se acercó mientras él caía, y le susurró desde arriba:
- "Angó, be quiervo kus grazapos"
Él regresó del mundo de los muertos y la miró con su ojo bueno, esperando una traducción del apuntador o algo. ¿Sería su idioma materno?
Antes de que ella sospechara que seguía vivo, el lobo hombre cerró el ojo y los pensamientos, aunque se quedó con ganas de sacudirse las migas de pan de la cara, y le dijo sin abrir la boca: espérame en la próxima luna llena.
Angó, be quiervo kus grazapos. Lo que ella dijo fue: "adiós, me llevo tus zapatos", pero tenía la boca llena.
Ató con una cuerda las botas, se las echó a la espalda canturreando mientras rodeaba la piedra, algo totalmente necesario en su mundo obsesivo.
Y caminó por el sendero en dirección a su casa, calzada con unos enormes zapatos negros y brillantes que ya no recordaba de dónde habían salido.
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Imagen: Obra de la pintora Edurne Gorrotxategi (Getxo, Bizkaia)