"El Apra" de Rodolfo Carlos Napán

15.05.2022

Todos le temían, menos yo. Vivía al costado de mi casa y siempre gritaba: "Viva el APRA", por eso su nombre. Tenía la barba blanca, los ojos rasgados y una dulce voz cuando cantaba la marsellesa aprista. Siempre portaba un saco oscuro.

¿Qué había dentro de su cuarto?, me preguntaba. "Basura, pues". Era la respuesta de todos. Yo estaba seguro de que no, que allí dentro había algo, algo maravilloso.

Todas las tardes, a eso de las cinco, el Apra salía a recorrer Villa Hermosa. Era muy puntual en sus salidas. Entrar en su cuarto ya estaba preparado desde hace días. Solo tenía que escapar de mi hermano y de mis amigos, tan chismosos ellos.

Llegó el día. Me acerqué a su cuarto percatándome de que nadie me viera. Lo hice temblando, pero no me detuve. La puerta, para mi buena suerte, estaba solo juntada, la abrí despacio. Entré. Ni una basura dentro, mas sí una hermosa biblioteca, libros en todos lados, hermosos, de colores y brillantes. Conocí allí a una bella niña llamada Alicia, luego conversé con un niño de nombre Oliver. Qué simpático fue jugar con ellos; sin embargo, amé hablar con el Principito, qué niño preguntón e inteligente, bueno y muy maduro para su edad. Se alegró cuando le respondí que su dibujo era una boa comiéndose a un elefante. Así comenzó nuestro diálogo. Alicia y Tom se unieron también a nuestra conversación.

Ellos me pidieron que regresara mañana, ya que era tarde para seguir jugando. Y así lo hice. Regresé feliz a casa.

Desde aquel día, recurrentemente iba al cuarto del Apra. Una tarde conocí a un señor delgado, se llamaba Don Quijote, y tenía un amigo muy simpático cuyo nombre era Sancho Panza, qué chistosos eran los dos. Con ellos fuimos en búsqueda de la princesa Dulcinea. A pesar de no encontrarla, disfrutábamos de estar en lugares extraños. Tom siempre se perdía (Ay, Tom). El encontrarlo motivaba toda una aventura que finalizaba entre risas. Nos despedíamos sonrientes y con un "Hasta mañana, amigos". El Principito aprovechaba, junto a su amigo el zorro, para dejarnos un acertijo. A todos nos gustaba ese final. Yo regresaba feliz a casa, muy feliz.

Pero una tarde, la puerta del cuarto del Apra estaba cerrada. Había mucho movimiento dentro. Algo había pasado. Horas después un toldo negro respondía mi pregunta. "El Apra había muerto". Lloré a escondidas, sí, porque si se enteraban de que lloraba por él, todos se burlarían de mí. Lo hice en un rincón de mi casa. Lloré mucho.

Tres días sin mis amigos, lejos del cuarto del Apra, sin jugar con ellos, lejos de esa hermosa biblioteca.

Alguien toca la puerta. Son las cinco de la tarde.

- Te buscan, hijo -dijo mamá.

Ella me acompañó a la puerta bastante sorprendida.

- Es usted, el niño Rodolfo -dijo un joven.

- Sí -respondí.

- Le traigo estas cajas.

Era un niño cuando recibí el más hermoso regalo. Uno que no dejó de llorar al darse cuenta de que dentro de esas cajas estaban mis amigos. Toda la biblioteca del Apra en diez cajas forradas y hermosas. Sin embargo, una carta llamó poderosamente mi atención. La abrí. Decía así:

"Para ti, que entraste en este mundo que muchos temían. Para ti, que nunca me temiste, a pesar de que yo estaba siempre ahí, dentro, entregándote mis libros...". (el Apra).

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Imagen: Obra de la pintora Edurne Gorrotxategi