"El alma" del museo de Pepa Luna Casanova

08.08.2021

A mediados del siglo XIX, cuando Florencia se constituyó en la capital del Reino de Italia, un majestuoso edificio heredado de los Médicis albergaba un Museo al que acudía gente de todo el planeta, alertada por los momentos mágicos que aseguraban haber vivido quienes lo habían visitado.
Mariana era una joven madrileña, incrédula y curiosa que acababa de contraer nupcias con el Marqués de Arenal. El aristócrata, para complacer a su flamante esposa, que ardía en deseos de conocer el Museo, organizó el viaje como regalo de luna de miel.

Cuando ambos llegaron a la ciudad, un carruaje les dejó delante del monumental portón del edificio. El gentío allí agolpado se echó a un lado para dejarles pasar. El matrimonio cruzó la reja de entrada, enfilando un extenso pasillo que contaba con innumerables puertas de diferentes colores. Encima del marco de cada una de ellas figuraba el nombre que aludía al contenido de la sala. Mariana quería atravesarlas todas pero decidió empezar por el final. Aligeró el paso dejando atrás a su marido, la emoción se fue acrecentando en el recorrido. Al fin consiguió alcanzar la última puerta, de color violeta, denominada Nostalgia. El Marqués decidió adentrarse en la sala de enfrente, de color púrpura y cuyo nombre era Ambición.

Mariana, cuando se introdujo en la sala, dividida en varios apartados, esperaba que estuviera llena de visitantes, pero se sorprendió al encontrarla completamente vacía. Un disimulado nerviosismo erizaba su piel. La luz tenue que iluminaba la estancia, el Canon envolvente de Pachelbel que interpretaba un cuarteto de cuerda detrás de un panel de celosía, y el agradable aroma almizclado, la transportaron al momento en que conoció a su primer amor. Totalmente ensimismada y seducida por aquel entorno, una lágrima afloró con sus recuerdos. En los primeros compartimentos había infinidad de pinturas y esculturas bellísimas. Las observó con especial atención, representaban figuras humanas que la miraban directamente a los ojos. Hombres, mujeres y niños que mostraban una leve sonrisa, imágenes que le transmitían paz, y al mismo tiempo un desasosiego que Mariana no acertaba a comprender. Cuando llegó al final de la sala, en un recodo, se encontró una pared con infinidad de lienzos blancos y un mueble repleto de marcos de bronce.

El Marqués, que estaba terminando de visitar la Sala Ambición, con luces, molduras y estatuas doradas, aburrido y harto de ver señores con rostros enojados y señoras enjoyadas; imágenes humanas a las que les brillaba todo menos la mirada, ya cansado, salió a buscar a su esposa. Accedió a la Sala Nostalgia, que encontró igualmente vacía. Llamó a Mariana una y otra vez y no obtuvo respuesta. -Habrá salido un momento. La esperaré aquí hasta que vuelva, mientras miraré la exposición-, se repetía a sí mismo.

Miró aquellas imágenes con indiferencia y desagrado, todas le parecían iguales y no acertaba a comprender qué tenía de extraordinario y mágico el Museo. Fue al mirar el último cuadro cuando enmudeció, palideció y se quedó petrificado. Se estremeció al comprobar que Mariana había desaparecido; atrapada en su instante romántico y nostálgico, se quedó reflejada para siempre en ese lienzo.

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Imagen: Autor, CIRO MARRA