"El accidente" de Antonio Aguilera Muñoz

23.08.2021

Desperté de mi largo sueño en la habitación de un hospital. La enfermera que me atendía salió disparada en busca de una doctora que, cuando llegó, me hizo las pruebas pertinentes y me dijo:

- Bienvenido al mundo de los vivos. Ha estado usted tres años en coma y es un milagro que haya salido de él, ¿Cómo se encuentra?

- Bien -le contesté-, pero dígame una cosa, ¿en qué hospital estoy?

- En el Clínico -me contestó.

Había perdido la noción del tiempo, tan solo tenía la percepción de que algo raro sucedía pero, no podía explicarme qué.

No conocía a nadie, estaba solo en el mundo, pero ¿qué mundo?. Era normal que después de tanto tiempo y de un accidente tan grave como debió ser el mío, no conociera a nadie y estuviera desubicado. Cuando salí a la calle, me quedé extrañado, ¿Y la ciudad?. Conocía Madrid a la perfección, y no me parecía Madrid. Juraría estar en Atocha pero ¿y la estación de tren?. Sólo campo distinguían mis ojos. Campo y una cerca con una puerta barroca. Entré de nuevo al hospital y todo estaba bien. Un hospital moderno, con su personal moderno y sus centralitas telefónicas sonando por doquier.

¿Habrá sido un sueño?. Volví a salir del hospital, me froté los ojos y todo seguía igual; el descampado, la cerca, la puerta... Miré alrededor y descubrí que el Madrid que conocía se había esfumado. Éste también lo conocía, había estudiado su historia y la sensación era justo ésa, que estaba inmerso en la historia y había abandonado mi siglo.

Me aventuré a caminar por el paseo del Prado, aunque más bien parecía el Salón del Prado como antiguamente lo llamaban. Me fijé con atención y, entre pequeños árboles, se alineaban las fuentes de Neptuno, Apolo y Cibeles. Al menos, las fuentes ya estaban. Teniendo en cuenta que Cibeles y Neptuno fueron las últimas y que se veían muy nuevas, debía estar en 1782, como mínimo. Regresé desde Cibeles a ver el jardín botánico. Un incipiente jardín botánico, recientemente trasladado a juzgar por el tamaño de los ejemplares que allí había y que observaba desde donde debería haber estado el museo del Prado, lo que me indicaba que no llegaba a ser todavía 1785, fecha en que Juan de Villanueva levantó el edificio que había de servir para gabinete de ciencias naturales. ¿Qué estaba pasando? ¿Había viajado en el tiempo?

De repente recordé algo. Me busqué por los bolsillos y encontré mi teléfono móvil. Me hizo mucha ilusión volver al tiempo presente. Lo encendí y busqué en los contactos... ninguno, estaba totalmente vacío. Intenté conectarme a internet, seguramente en alguna red social estaría y alguien me conocería... no existía internet. En un último intento, decidí que plasmaba lo que estaba viendo con la cámara de fotos del teléfono, pero tampoco funcionaba. Estaba empezando a desesperarme y decidí volver al hospital.

Comencé a desandar el camino y, cuando llegué, el hospital del que había salido, era un museo. Volví la vista a mi izquierda y ahí estaba la estación de Atocha. Un fuerte pitido me dio un susto de muerte, no pude esquivar al autobús...

Desperté de mi largo sueño en la habitación de un hospital. La enfermera que me atendía, salió disparada en busca de una doctora que, cuando llegó, me hizo las pruebas pertinentes y me dijo:
- Bienvenido al mundo de los vivos. Ha estado usted tres años en coma y es un milagro que haya salido de él. ¿Cómo se encuentra?

- Bien -le contesté-, pero dígame una cosa ¿en qué hospital estoy?

-En el Clínico- me contestó.

- ¿En la glorieta de Atocha?

- No hombre, no. Hace muchísimos años que lo trasladaron, está en la plaza de Cristo Rey.

-¿Me llamo Roberto Pérez?

- Si, parece que ha habido suerte y no ha perdido la memoria. Enseguida avisaré a su esposa y a su hijo, ¿o prefiere llamarles usted?

Me acercó mi teléfono del armario, lo encendí y marqué sin dudar un número muy conocido por mí. Cuando escuché la voz de mi esposa, supe que había vuelto a nacer.

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Imagen: Autor, CIRO MARRA