“Diccionario de recuerdos” de Mario Romero Riomayor

05.03.2021

Bote.-

Lata de conserva redonda, seguramente de tomate, que no conoce su pasado. Brilla por el exterior, mientras que por el interior restos de óxido aparecen junto al borde en el que en algún momento estuvo la tapa, y que hábilmente habían hecho desaparecer los restos cortantes. Ayuda a regar las plantas, esas plantas colocadas en tres filas en el rincón del patio que dan la "bienvista" nada más entrar por la puerta de madera y atravesar ese pequeño recibidor vacío que se atraviesa para acceder al patio. Un cubo con agua del grifo de la fuente surte de suficientes dosis necesarias a repartir; una a las plantas pequeñas, las de delante; dos para las más grandes. Sigue las instrucciones de la abuela que supervisa la operación para no estropear el cuidado vergel.

Patio.-

La puerta de madera marrón, siempre abierta la hoja de la derecha, da acceso a un pequeño espacio cubierto donde las telarañas se ven grandes y llenas de polvo en las esquinas del techo. El arco despide el recibidor y abre el paso al patio, donde nos reciben las macetas ordenadas y despidiendo fragancias de geranios y rosas. Hacia la derecha se estira a lo largo dejando acceso a una escalera a la vivienda de arriba y unos huecos que elevan del suelo la casa para resguardarla de la humedad y abriendo el paso a la cueva. Al final del patio otro hueco nos deja llegar al pequeño patio donde nos llega el olor de las gallinas y la suciedad de las palomas. La fuente y la puerta verde de madera que da acceso a esa casa en la que no se debe molestar...

Salón.-

Subiendo la escalera la puerta, que recibe abierta pendiente de los ruidos que anuncian la llegada del visitante, da acceso a tres espacios en un mismo lugar diáfano que los modernos de ahora lo llaman "espacio abierto". En la pared de la derecha, paralela a la calle, con vistas a los acontecimientos del exterior a través del balcón dormita la salita, con mesa camilla redonda flanqueada por los sillones de skay; y vigilada por la jaula del canario que llena de sonido la casa y de suciedad el plástico que recubre la mesa. A continuación, en la pared frente a la entrada el sillón chester con los colgadas cuerdas bajas que ocultan los objetos incómodos para la vista, recorre la pared de cara a la entrada. A continuación la puerta, en un estrecho paso que queda entre el sillón y la vieja estufa de queroseno, controla el paso a los extraños de las áreas más íntimas, situadas a diestra y siniestra de un pasillo infinito. Desde el rincón la pared de la izquierda que separa la cocina llega hasta cerrar el cuadrado con el muro del cuadro de las fotos y retratos a carboncillo, de elementos que llenan de recuerdos e identifican la estancia. En el centro, el tercer espacio está reinado por la mesa comedor que reúne a las sillas como súbditos obedientes y controla la emisión de la vetusta Telefunken de blanco y negro que, como por derecho de edad, llegaría a reinar en su propio salón. El resto de los objetos no participan, se dejan llevar por el continuo ir, venir y estar.

"Recortaúras".-

Concentradas en una bolsa amarilla, colocadas pacientemente unas encima de otras. Grandes y pequeñas, que se van escondiendo poco a poco en el fondo de la bolsa, como huyendo de su destino. Son restos de fábrica, elementos desechados, recortes de piezas finas que no se necesitan y se venden por una limosna. No tienen envidia de la parte elegida. Su futuro, aunque no sea sacro, no dista mucho de las seleccionadas: ser engullidas. Unas formarán parte del ritual religioso y llegarán a representar la vida y la muerte; las de la bolsa jugarán y se convertirán en diversión y matatiempos en otro lugar. Acostumbradas al silencio llegarán a formar parte de la algarabía y de la ilusión, hasta llegar el final de la tarde que tendrán que esperar a los días siguientes para volver a la juerga infantil.