"Diálogos con Caronte" de Víctor Olivencia Castro

17.10.2021

...Tiene gracia, la de horas que pasé esperando el autobús en una parada del extrarradio, para ir a trabajar mientras pude. O las interminables esperas en salas de hospitales. Nunca llegué tarde al trabajo, pero el diagnóstico sí que me llegó demasiado tarde. Tanto como para estar ahora en esta orilla, esperando a Caronte, el barquero. Me he pasado media vida esperando, sería mi sino quizás.

Escucho como se aproxima la barca, hay una espesa capa de niebla, no se ve casi nada. Aquí ya no llevo reloj, no hay manera de saber cuánto llevo esperando. Toda una vida de ansiedad, esclavizado por el reloj, y después por el teléfono móvil, y ahora en mi último viaje ni siquiera sé el rato que llevo esperando. El tiempo tal y cómo lo conocemos en vida se difumina al borde de esta orilla. No se está mal aquí, estoy tranquilo, lo que tenga que ser, será. Ni siquiera llevo cartera, y espero que eso no sea un problema. He escuchado habladurías sobre el precio a pagar por el traslado, y yo no llevo nada.

El sonido de la barca se acentúa, ya se deja ver la silueta de una sencilla embarcación, y la de su barquero, que a dos brazos viene remando.

- Dicen que hay que llevar una moneda para pagarme- (parecía que me hubiera leído el pensamiento)-. Pero es mentira, como tantas otras cosas que se dicen sobre la muerte, sobre la transición desde la vida, y que son falsas. Jamás dejé a nadie en tierra, este viaje es gratis, suba.

De aspecto demacrado, serio. Caronte me ofrece su mano y me ayuda a subir a su barca. Se percibe un olor a humedad que no desagrada, esa barca debería estar podrida por los años, pero sigue flotando, se podría decir que es eterna aunque los seres mortales como nosotros seamos incapaces de asimilar una palabra como esa. siempre, en un universo que no sabemos cómo empezó, ni cómo acabará.

- Nada es como os han dicho.

Quizás el barquero intuyó, otra vez, lo que pensaba y rasgó el silencio, dando a aquel momento otra dimensión, más cálida, si fuera eso posible en semejantes circunstancias.

- ¿Sabe usted lo que me espera en la otra orilla?

Nada más terminar la frase me arrepentí de mi propia osadía, sea como fuere, estaba a punto de descubrirlo.
El barquero no se inmutó, ni siquiera me miraba a los ojos. Sólo remaba despacio pero sin pausa.

- He perdido la cuenta de las veces que me han hecho esa pregunta. Personas que vivieron como si no hubiera un mañana. Otras que se pasaron la vida creyendo lo que le contaban otros, cumpliendo hasta la saciedad con dogmas que una vez algún "mensajero" puso por escrito en algún libro sagrado. No hay libros sagrados. Fuiste libre desde el primer momento, viviste como quisiste vivir. Nunca hubo una cadena real, fue un espejismo con la silueta de unas argollas y te las dejaste poner tú mismo, por parte de quien trató de esclavizarte. Trabajaste duro, hasta el extremo de enfermar, para que otros pudieran vivir mejor que tú. Confiaste ciegamente en charlatanes que te prometieron un futuro mejor, o en iluminados que te convencieron de que las cosas eran como ellos decían. Si no aceptabas, estarías perdido, para siempre. Nadie sabe lo que significa la palabra siempre... Todo lo que alguna vez has sido, o has creído que eras, te llevó hasta la orilla desde la que acabas de embarcar. En breves instantes llegaremos a la otra orilla, ni siquiera sé si encontrarás allí respuestas. Sólo soy el barquero, no te puedo ayudar más. Habrás pagado en vida el precio por los errores cometidos, ahora ahí delante, lo que hay ni es premio ni es castigo, esas palabras perdieron su significado una vez que subiste en esta barca. Nada es como te han contado que sería, ni la luz es luz, ni la oscuridad es oscuridad.

De repente la barca tocó tierra en la otra orilla, Caronte soltó los remos y por primera vez me miró a la cara.

- Ya te puedes bajar...

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)