"Demasiado pronto, demasiado tarde" de Ítalo

11.11.2020

− No le cuentes al niño lo que le pasó a su papá, y tampoco lo de la imprenta -se lo había advertido Gloria a su mamá muchas veces.

Miguelito lo había escuchado por vez primera cuando tenía cinco años. Estaba en la cocina, debajo de la mesa, rompiendo hojas de periódicos en pedazos, medianos primero, pequeños después, minúsculos al fin, una de las apacibles maneras en las que pasaba el tiempo mientras su abuela trajinaba en una casa de buen tamaño y un jardín delantero cercado por estacas donde en primavera florece el Flamboyán.

Lo olvidó.

La vivienda estaba situada en la Avenida de Santa Catalina, en el barrio habanero de Santos Suarez, en una ciudad donde las calles están quemadas por la edad y las pisadas de los habaneros.
Corre el año 1970 y los repuestos ya no llegan. Los Chevrolet, Cadillac, Rambler, Ford, Duisenberg transitan con las abolladuras, manchas de óxido y guardabarros atados con alambre que los cubanos arreglan con tino.

En la casa de Santa Catalina vivía Miguelito junto a su abuela Paula, su mamá Gloria y Bubu, un perro de agua español que le regaló un vecino "gallego" al cumplir cinco años y que no se separa de su dueño.

Gloria pertenecía al Comité de Defensa de la Revolución de su cuadra. Trabajaba como administrativa en el Ministerio de Industria y acudía a las marchas que convocaba el gobierno en El Malecón o en la Plaza de la Revolución.

Miguelito era "Pionero". Su abuela le planchaba cada día el pañuelo rojo que le distinguía como tal junto a la camisa blanca de manga corta. Cuando era convocado por las autoridades, marchaba a la actividad junto a otros niños de casas vecinas, jugaban a ser mayores, escuchaban discursos y entonaban: "Pioneros por el comunismo. Seremos como el Che".

¿Existe alguna abuela que no cuente a su pequeño nieto historias secretas de familia?

Paula lo hizo, precedido por unas palabras en voz baja: ¡esto es un secreto entre tú y yo, Miguelito! Este había cumplido doce años.

- ¿Por qué se lo dijiste, mamá? ¡No quiero que sepa nada de aquellas cosas!-le dijo Gloria.

− ¿Cosas? ¿Le llamas cosas?-respondió Paula.

− Solo es un niño.

− Ya es un hombrecito, mija. Y todo el barrio lo sabe. ¿Tenemos otro lugar donde vivir? ¿Qué quieres, chica? ¿Que un día le haga el cuento uno de sus amigos, uno cualquiera que lo haya oído en su casa?

− No te entiendo mami, yo te lo advertí.

Paula señaló el librero de la casa.

− Mira esos libros, tu abuelo los compró uno a uno. El dinero que le sobraba de la imprenta lo gastaba en las librerías de la calle Obispo.

Gloria los miró y dijo:

- ¿Y para qué sirvieron? ¿Para que Batista matase a tu esposo aquel 20 de abril de 1957 en el número 7 de la calle Humboldt cuando me llevabas en el vientre? ¿Para que yo no conociera a mi padre? ¿Para que nos quitaran la imprenta en 1968?

Paula permanecía sentada. Mantuvo la cabeza agachada y se llevó las manos a los cabellos.

- A veces pienso que mi esposo tuvo suerte en morir de esa manera en la calle Humboldt. No hubiera soportado que el gobierno revolucionario le quitara la imprenta.

Rompió a llorar.

- Ves, mami, ves por qué no quiero que Miguelito se entere.

(• El 20 de abril de 1957, cuatro estudiantes opositores a Fulgencio Batista fueron abatidos por la policía del régimen en un apartamento situado en el número 7 de la calle Humboldt, sin darles la posibilidad de entregarse. Aquel año, el anterior y el siguiente, numerosos estudiantes y jóvenes fueron asesinados en las calles de La Habana.

(• En marzo de 1968, el gobierno promulgó las Leyes de La Ofensiva Revolucionaria. Fueron confiscadas las actividades privadas sin importar el tamaño o la clase de establecimiento. 55.636 negocios. Entre ellos, 11.878 tiendas de víveres y pequeñas bodegas, 3.130 carnicerías, 3.198 bares, 6.653 lavanderías, 3.634 barberías, 2025 peluquerías de barrio, reparadoras de calzado y un listado interminable de negocios.)

Imagen: Calle de La Habana, Cuba. Tiempo actual. @carsmarobe