"Decadencia", de Francisco Fernández Rizos

04.04.2019

Aquella navidad la paso engañando a la maquina que mueve su cuerpo con gotitas de nitroglicerina, no sabía si hacía lo correcto pero era la única forma de mantenerse en pie. Tenía tanto sufrimiento comprimido en el volcán que atesora su alma, que al mínimo esfuerzo, el magma incandescente fluía abrasando su pecho, un sudor frío le regaba la frente, y el oxigeno se alejaba de su nariz negándose a entrar en sus pulmones. Era el momento indicado para pisar con su lengua la milagrosa perla que calmaba su agonía.

Así pasaba los días, así, y encabritando su mente con recuerdos, con presentes, con sueños que tal vez no tuviesen lugar en esta vida, ahora bien; aunque tan cerca la sentía, nuca pensó en mantener un idilio con la muerte.

En blanco, así se presento la mañana, las claras del día dejaron atrás un maremágnum de quebrantadores sucesos. Arropado en un hilo de esperanza, intentaba olvidar dejando perder su mirada entre gigantes estructuras de hormigón helado, la mañana carecía de color, y el frio que afuera se adivinaba era de igual magnitud que aquel que acogía su alma. A pesar de sus muchos intentos la noche volvía y volvía una y otra vez a su pensamiento, se daba la asfixiante situación del cordel elástico; este que te da alas y al levantar el vuelo te engulle sin piedad alguna.

Tras de él, en una desconchada pared, un reloj que dejo sus agujas clavadas en una hora concreta, en la mesa camilla el cenicero acompañado de varios paquetes de cigarrillos a medio empezar, junto a la ventana una pequeña jaula destartalada de la cual apenas se conservaban seis u ocho alambres comidos por la herrumbre, era esta el alojamiento de un jilguero al que en un arrebato de libertad quiso verlo volar.

Vivía embriagado en un sinfín de olores a cual más nauseabundo, en aquel lúgubre habitáculo se mezclaban sudor, tabaco y el hedor de basura almacenada durante varios días, una feroz halitosis provocada por la mezcla de alcohol y tabaco se desprendía de su aliento, y un pestilente olor a orina delataba la incontinencia producida por un problema de próstata mal curado.

A lo lejos sonaban campanas martilleando con un compas adormecido, un transistor, de los de a pilas, daba las noticias con la repetitiva constancia de un bucle sin fin, y en la cocina se sumaba al repertorio, un grifo mal cerrado que escupía gotas con sincrónico compas, nada de esto era motivo para alejar de su cabeza un terrible y pertinaz zumbido que le acompañaba con tan solo despertar.

Su aspecto bien podría enclavarse en la más cutre y desarrapada imagen posible. Bestia con un pijama de mil rayas y otras tantas arrugas, las manos y comisura de los labios reflejaban el amarillento color de la nicotina, su rostro de tonos sumamente demacrados se dejaba entrever tras una barba despoblada y canosa, y un pelo grasiento y despeinado bestia su cabeza dando fin a tan patético retrato.

Al caer el día, todo aquel galimatías de ideas, pensamientos y contradictorias sensaciones, se hacían silencio, un silencio helado, impávido, un sepulcral silencio interrumpido tan solo, por el latir arrítmico de un corazón maltrecho.

Sin duda alguna, el escenario propio de una vida en decadencia.