"De marcha por Madrid" de Marcelo Medone

31.08.2022

Aquel diciembre había llegado a Madrid desde Buenos Aires para recibir mi premio en el XXX Concurso de Nanorrelatos de la Fundación Ursus. Después de la gala de premiación nocturna y del brindis se me acercó Carles Ruiz, el presidente del jurado:

- ¡Felicitaciones, hombre! ¡Que nos ha gustado mucho tu nano, colega!

Le agradecí con una sonrisa y agregué:

- Muy bueno el cava. Y el jamón, también.

- ¡El mejor jamón ibérico de bellota transgénico! ¡A que no tienen nada igual en tu país! -exclamó -, vosotros en Argentina tenéis muy buena carne vacuna: vuestro famoso asado. Doy fe de que es excelente. Pero en España tenemos muy buenos productos de cerdo y de mar. No hay como el bacalao, el pulpo y los mariscos de por aquí.

- Sí, ya he probado el pulpo a la gallega, las gambas al ajillo...

- Eso está bien, no hay duda. Pero hay platillos mejores.

Carles le arrebató una copa a un mozo que pasaba, se la bebió de un trago y me dijo, con ojos brillosos:

- Esta fiesta es un coñazo. ¡Vámonos de marcha! Te invito al mejor restaurant y marisquería de Madrid.

Salimos y nos subimos a un taxi. Mientras arrancaba, me dijo:

- Pues ya verás lo bien que se come allí. Los mariscos más cojonudos del mundo. ¡Qué digo: del universo! Te gustan los mariscos, ¿no? ¡A mí me encantan!

Carles tomó su móvil e hizo una breve llamada.

- ¡Ya está! ¡Nos están esperando! ¡La vamos a pasar de la hostia!

El trayecto transcurrió sin problemas. La noche de Madrid estaba engalanada con motivos navideños luminosos.

Pronto llegamos al restaurante, que lucía cerrado. Nos recibió el dueño, Jesús, un hombretón con aspecto de marinero gallego:

- ¡Bienvenido! Los amigos de Carles son mis amigos... Acércate a la barra que te pongo un trago.

Pronto los tres estábamos brindando a viva voz por Madrid, Buenos Aires y los nanorrelatos. Seguimos tomando cava, luego vino tinto y terminamos con sangría, agregándole fruta en trozos al vino. La combinación del alcohol frutado con los mariscos salados me resultaba totalmente deliciosa y estimulante.

Conversamos animadamente de todo: de literatura, de fútbol, de música, de las bondades del alcohol para animarse al sexo. Carles y Jesús se reían a grandes risotadas.

Cada tanto, Jesús sacaba de una pileta algún cangrejo vivo de enormes pinzas, lo machacaba y me lo alcanzaba para que lo probara. Me decía:

- Aquí comemos todo crudo. Si quieres les pones un pelín de limón: yo no les pongo porque se encojen al sentir la acidez.

A la quinta vuelta de tragos ya me había acostumbrado a probar todo lo que me traían: centolla, gambas, percebes, bígaros, vieiras. En un plato hondo tirábamos los "escombros" o restos de caparazón. Me engullí una ostra que se retorcía: juraría que se quejaba en un idioma alienígena.

Carles me dijo, entusiasmado:
- Jesús trae mariscos del Cantábrico, del Pacífico y de toda la galaxia. Cualquier bicho comestible marino termina aquí. Este no es un sitio para turistas: solamente se viene con invitación.

Cuando estaba decidiendo si le entraba a un cangrejo que parecía tener tres cabezas, Carles y Jesús se abrazaron y comenzaron a besarse. No me llamó demasiado la atención. Pero luego vi que se desvestían y aparecían brazos articulados con pinzas y tentáculos en vez de miembros humanos.

Me empecé a retirar, horrorizado por lo que estaba viendo.

Carles se dio cuenta, lo soltó a Jesús, recuperó su apariencia humana, se me acercó y me dijo:

- ¡Vaya que eras impresionable, bonito! Si quieres puedes unírtenos a la fiesta. ¡Aquí atendemos a los visitantes de puta madre!

Como vio mi expresión de repugnancia, agregó:

- Si no te apetece nuestro pequeño juego, no hay problema, chaval. Lo único: no le digas a nadie lo que has visto hoy.

¿Entiendes?

Y me guiñó un ojo, para inmediatamente después retomar su ritual amatorio junto a Jesús.

No me molesté en despedirme. Abrí la puerta y salí corriendo al frío de la noche invernal, que me pegó en el rostro y me revivió.

De todos modos, juro que no estaba tan borracho como para imaginarme toda la historia.

La próxima vez que vaya por Madrid, evitaré los mariscos.

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Imagen: Obra del fotógrafo José Carlos Nievas (Córdoba / Murcia)