"De la tierra y de ti" de Alejandra G. Durán Escamilla

26.07.2021

De unos meses a la fecha colecciono macetas. Es extraño cómo con el paso de los años uno comienza a hacer cosas que juraba detestar, o bien deja de hacer sin remordimiento aquellas que amaba. Para bien o para mal, estas piezas frágiles ahora habitan la barda de mi casa, un espacio que no tiene jardín. Estoy segura de que, de haber sabido antes la inminente sed de tierra y semillas que se despertaría en mí con la edad, habría procurado que el espacio tuviera este pequeño detalle.

Años atrás, al otro lado de mi ventana de niña hubo un rectángulo de vida verde. No me gustaba. Salir a él era sinónimo de tender ropa, meterla, limpiar las travesuras de mi perro mal adiestrado o sucumbir a las picaduras de insectos bastante desagradables. ¿Ves? Uno cambia con los años, qué bueno que esas cosas ya no me molestan porque, ahora que las recuerdo, me hacen pensar en una versión mía bastante intolerante y delicada.

Hoy las flores me siguen emocionando, aunque un poco menos. L, cada que puede, me regala muchas, pero yo me angustio de no poder conservarlas como quisiera porque mis gatos adoran tenerlas dentro de la panza. En esta lucha constante contra sus hambrientas mandíbulas siempre termino perdiendo; sin embargo, salgo convencida de que las plantitas en maceta son privilegiadas por tener un tiempo más largo de existir, por contar con la oportunidad de adaptarse a su espacio y también de reclamar cuando éste no les gusta. Así debería ser yo.

De ayer a ahora no soy la arqueóloga que de niña quería, tampoco soy secretaria ni pollera, mucho menos física o bailarina. Soy lo que juré nunca ser: profesora. Ni hoy ni mañana seré la súper investigadora erudita SNI multilingüe a la que aspiré en el pasado, ni la cantante reconocida influencer que se me ocurrió un día. Soy, no soy y no sé qué quiero ser. Me siento atrapada en un presente sin direcciones claras que espero algún día poner en orden.

Por mientras, me gustan las tardes lluviosas y el café tibio. Un día viajé a la ciudad azul y conocí un mar africano donde habitan camellos que pisotean a diario enormes conchas de colores. Estuve en la gruta donde el tiempo se detiene y sentí cómo su neblina despertó poco a poco mi dolor más silenciado, no sé por qué pero sabía a comida de lata y decepción. Las noches me recuerdan el miedo a los insectos, sus estrellas, el beso de algún hombre pasado. No soy fan del ejercicio ni de las responsabilidades adultas. Me encantan las frituras y me duele que traigan consigo el cancerígeno amarillo 5. No me gusta rimar al escribir prosa, me desespera al igual que las filas largas y no tener internet.

Quiero ir con E a lugares desconocidos, comprar un bajo, tener tiempo de crear canciones, ser menos insegura y aprender a rappear. Por ahora puedo seguir tomándole fotos a mis gatos cada que se dejan, resolver el misterio de sus orejas sincronizadas y regar las macetas cada tercer día mientras dejo que el tiempo me devuelva los sueños o el hambre de querer hacer algo bien. Ya se verá.

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Imagen: Autor, CIRO MARRA