"Cuenta atrás", de Natalia Álvarez Barranco

26.05.2019

El cielo estaba despejado y el sol, poderoso y parpadeante, se posó sobre una montaña que perdía blancura a cada segundo.

- ¡Qué calor hace! ¿Estamos ya en verano? -Se balanceó en el hielo.

-Eres boba, si acabamos de pasar las navidades. Lo que pasa es que cada año el calor llega antes.

-Los de tu especie cada vez tenéis menos pelo, ¿es qué os preparáis para el verano? -Soltó una carcajada al aire.

-Y dale. Cuando te entrará en la cabeza que todavía no estamos en verano... -Se rascó la frente-. Tú céntrate en encontrar buenos peces y no esos bichos brillantes que comes, si continuas así de escuchimizada, no me voy a poder pegar un banquete contigo.

El enemigo se lamió la boca y mostró sus garras.

-Y tú cuando aprenderás que esas cosas plateadas no se llaman bichos, sino, plásticos. Mejor será que dejes de salivar y que no salgas de tu territorio, cada día me usurpas más el espacio -dijo ella.

-Es que tú hogar empequeñece por momentos, ¿seguro que esta roca es tuya? -Señaló.

- ¿Estas ciego o qué? La parte trasera de tu montaña se derritió el mes pasado, esta roca claro que es mía. Ándate con ojo y deja de robarme metros.

Acto seguido, metió los pies en el agua y comenzó a frotarse el pelaje.

-Con ojo deberías andarte tú. Ya puedes encontrar un buen escondite por si este verano las sabandijas con dos patas vuelven a visitarnos. No quiero una carnicería como la del año pasado, porque entonces me quedaría sin banquete y vuestras pieles serían vendidas a precio de pez-plata.

-Baja la voz -le susurró al oído-. Mi padre aún sigue convencido de que nos devolverán a mi madre.

Se acercaron al centro del hielo y permanecieron varios minutos en silencio. Escuchaban las corrientes de agua golpearse bajo sus patas. El suelo temblaba más rápido que nunca.

- ¿Lo ves? -preguntó, sobresaltada.

- ¿El qué? -Se detuvo-. Yo no veo nada.

-Ahí abajo -Señaló con la cabeza-. Parece que se ha roto.

-Qué extraño, no sangra como nosotros -dijo sin apartar la vista del trozo de hielo.

La grieta comenzaba a dilatarse y entonces, a lo lejos, vieron dos bloques de hielo arrojarse desde la montaña. El estruendo retumbó en sus gargantas. A medida que aumentaba el temblor del suelo sus pieles cada vez estaban más cerca.

Las paredes de la montaña se desvanecieron una a una y la roca que dividía su territorio, fue engullida por el agua. El suelo se había quebrado y las heridas del hielo se multiplicaron por todas las esquinas. Vieron al sol posarse sobre sus cabezas y arrasar con todo lo que hasta el momento habían conocido.

Todas las especies salieron de su escondite y comenzaron a gritar auxilio mientras eran devoradas por el agua.

Esta vez se envolvieron entre sus brazos.

Varios minutos más tarde el pedazo de hielo sobre el que se sostenían acabó derritiéndose.

El oso polar y la foca murieron abrazados.