"Cuatro metros" de Laura Bermúdez

Pensé en cómo decirte adiós sin hacer ruido... Cómo hacerte cosquillas sin tocarte, pensé en escribir una carta dándote las gracias por todo lo que me diste y todo lo que nunca me pudiste dar.
Cuatro metros de distancia nos separaban del pasado y millones de minutos del futuro.
Vi tus manos rozar mi presente, como ahora rozaban ese libro.
Cuántas veces te vi peleando con tu vida, para estar en la mía. Y una y otra vez si no era la vida, era yo la que te limitaba el momento.
Recuerdo la primera vez que me dijiste que no podías vivir sin mí, el Templo de Debod fue testigo de tu arrebató de amor. Yo era una mujer pérdida o una niña con cuerpo de mujer, que masticaba la supervivencia. Tu jugabas tu última partida. Y yo..., yo no sabía cuáles eran las reglas del juego... Me limité a aspirar tu aroma, mientras me susurrabas todas esas palabras que no quise escuchar, el momento era más indomable que nosotros.
Tus manos que hoy tocan ese libro, estaban ancladas en mis caderas y tu cuerpo... Tu cuerpo era una continuidad del mío frente aquel atardecer que nos estaba ofreciendo Madrid.
Paseamos por el Palacio Real sin que el tiempo nos diera tregua, la misma tregua que tardaste, nueve años, en saber que nunca llegarías a nosotros.
Cuatro metros de distancia pusimos en nuestra primera despedida, cuatro metros fueron la primera regla para poder desatarnos el uno del otro. Los mismos cuatro metros que hoy me separan de ese banco donde lees. Y los mismos cuatro metros que me dejaron ver que no debía escucharte aquel atardecer hace ahora 22 años.
Me hiciste prometer que no te olvidaría y que, aunque la vida que ambos elegimos fuera lejos de nosotros, volvería cada año a observar tus manos desde cualquier punto que no fuera mi cuerpo.
No hubo carta, no hubo cosquillas, ni hubo miradas. Solo hubo cuatro metros, entre tus hojas de ese libro y mi vida remolcada.