"Creando seres virtuales", de Estela Fraile García

22.05.2019

Es silencio, es intenso y es lo primero que hay justo con la luz y lo último que vemos antes de la oscuridad. Es lo que le sigue a la oscuridad, lo que uno ve en sueños hasta cuando no ve. Es innato pero es diverso. Es expresión, es física, es emoción y fisiología, es lo suficientemente abstracto para muchas veces no saber describirlo, no saber expresarlo pero si retenerlo, para suplir a las palabras cuando no están.

Todo empieza con un breve saludo y un"¿Qué tal?" que a más de uno pilla desprevenido. No suele haber presentaciones por norma, pero sí mucha actitud acompañada de una mirada de serenidad e ilusión. La suficiente para no asustar a los más tímidos, la justa para los más desconfiados, a medida para los más escépticos. Y entonces les muestro su asiento, cuál guía en el camino, cuál maestro al alumno, cuál artista previa obra, cuál director de orquesta justo antes de la primera nota, cuál guerrero frente a la batalla.

He aprendido a intuir qué actitud he de seguir para estar a la altura de las necesidades o exigencias visuales diarias de cada uno, para intentar adelantarme a lo que mi paciente puede que no me diga, porque no sepa, porque no quiera o porque entienda que solo ha venido a descifrar un par de símbolos, pero que sin embargo sus ojos sí pueden expresar. Para entonces mi paciente ya me ha juzgado por mi físico, por mis formas o por mis palabras o la ausencia de ellas. Seguramente yo también lo haya hecho, pero no le presto atención porque intento ir más allá. Los prejuicios no entran en batalla, no cuando estamos ante lo que podríamos llamar el procesamiento visual de la información.

Somos seres visuales. Todos los días cruzo varios iris, un universo de colores y texturas, como anillos de un árbol. No hay ni uno igual, todos son únicos, son exclusivos, son hipnóticos y eso les hace especiales. Lo cruzo con una luz, a esta la llamaremos objetividad, aunque objetividad depende de subjetividad, que va a continuación. Y me adentro sin previo aviso, sin pudor pero con mimo en un gran silencio, donde luz refleja luz y con ello información que no se lee, sino que se interpreta.

Después hay un montón de letras, casi siempre las mismas a las que ya no presto atención, pero que sin embargo puedo reproducir de memoria, en orden y con cierta melodía. E, K, V, Z, T. A ellas les doy la espalda mientras otros no dejan de mirarlas, porque mirarlas, las miran.

Siempre hay un "¿mejor o peor?", y es aquí donde aparece la reina de la ceremonia, la subjetividad. Lidio con ella, a veces también juego, bailo y riño. Es caprichosa y atrevida pero muy frágil, por eso siempre le doy rienda suelta, la escucho y aprendo y entonces cobra forma, la forma de muchos factores que ahora son uno. ¿Qué puede haber más subjetivo que un sentido?

Y entonces conectan todas las partes, la objetividad, la subjetividad, las expectativas, las exigencias, la emoción, las inseguridades, la admiración, la desconfianza, la incertidumbre, la aprobación, la ilusión y la desilusión. La actitud, formas y experiencias vividas o soñadas cobran forma.

Como cualquier obra de arte a ojos de su autor, aún no estará terminada hasta que no esté en ojos del espectador. Con mimo, con dedicación, con paciencia y mucha empatía.

La parte técnica es maravillosa, pero siempre dedico unos últimos instantes a iluminar historias en medio de la penumbra. Esas que reflejan una mirada en medio del silencio más intenso, ya vengan de un camino más largo o corto, más empedrado o menos, resultado de aquello que hemos vivido, de lo que nos hace ser nosotros, lo recordemos o no, seamos conscientes o no.

Y cuando pareciera que todo ha acabado en este mundo de ciegos que ven, pero no miran, en este mundo donde observar es un privilegio del tiempo, queda lo más importante, cuando el ciego deja de ver y mira, aprende a mirar, aunque sólo sea por un insignificante momento, para el autor, es gratitud.

Que pase el siguiente.