“Con la rabia de Rocío” de Vilma León Romero

02.03.2021

Para que una historia parezca verdadera, además de serlo, basta con hacerla creíble. Y puede llegar a ser una historia hermosa. Cuando esa misma historia, siendo verdadera, parece ficticia por su brutalidad, la verdad es un desgarro. No siempre lo real es hermoso.

Cada mañana me pongo el uniforme blanco del centro de masajes donde trabajo desde hace dos años. Comienzas el día con la curiosidad dormida de tantas personas como llega a conocer, sus historias, sus quejas o sus glorias presentes y pasadas. Mis manos trabajan cuerpos de personas con mucho dinero o sin él, gente cualquiera a las que une l misma posición horizontal, el olor del aceite y las cenas o el músculo que reacciona a una presión mayor de la que esperan.

Ella, la clienta, tiene 53 años, de origen peruano, separada. En una sesión de masaje me cuenta cómo ha sido su vida y que viene tomando antidepresivos desde hace años. Intento aliviar su dolor mientras me cuenta que, a pesar de tener la carrera de ADE (Administración de Empresas), trabaja como limpiadora. Ahí tiene solo una parte del origen de sus dolores.

La escucho quejarse del masaje y aflojo los dedos; sus ojos comienzan a salir lágrimas y la voz se le va quebrando al contarme que, desde la noche de bodas, su marido la maltrataba. Así lo hizo durante 30 años.

Me cuesta retener los detalles que me va contando y, esforzándome por no pisar territorio ajeno, le pregunto por qué esa primera vez no salió corriendo. Me dice que se lo contó a su mamá pero, al decírselo, ella le contestó: "hijita el matrimonio es para toda la vida". Con la cabeza hundida en el seno de la camilla, ella no puede verme. Trago saliva a cada frase e intento que no vea que soy incapaz de controlar la rabia, la indignación, mis lágrimas.

Hace un par de días, volvió Rocío, una señora adorable. Comenzamos la sesión y le pregunté si se encontraba mejor de ánimo. "Bueno, mi hijita, con mucha ansiedad porque mi hija se me enloqueció". Su hija sufrió un cáncer de hígado que superó gracias a un valiente que perdió su trabajo, pero pudo ser tratada en una clínica privada. "Mi hijita dice que tiene pesadillas y alucinaciones, ve fantasmas." ¿Fantasmas?, le preguntó. Me responde que si; está yendo a una psicóloga que le ha dicho que el diablo existe, y que le está rondando uno, llamado íncubo, con pretensiones sexuales.

Me costaba continuar mi trabajo en sus hombros e intente relajarla físicamente mientras yo comenzaba a volverme loca. "Ella dice -continúa- que, mientras duerme, siente cómo la penetran y la asfixian. Sí, mi hijita sufrió mucho".

La niña se quedó en Perú cuando su madre se vino a trabajar a España

"La dejé con mi hermano, y su hijo, la violó. Después, la llevé con mi cuñada, y su marido abusó de ella. También abusó un trabajador cercano a la familia. Mi hija no dijo nada porque él la amenazó con abusar de su hermanito". A los diez años de edad la niña se volvió tartamuda. Seis años después, ya en España, un amigo de su prima intentó violarla, pero ella suplicó y él le dijo que le hiciera una felación.

Conseguí que su angustia disminuyera y procuré que acabase sonriendo. Al despedirme le dije, "Rosa, no te preocupes, tu hija se va a recuperar y no está loca, sufrió tanto que sus fantasmas son reales". Ella me dijo: "Eres un primor, hiciste que me olvidará de todo!".

Con el estómago retorcido de angustia y un nudo en la garganta me fui a casa. Era imposible asimilar esa historia.

Su hija ejerce ahora de abogada en Perú de forma gratuita en casos de mujeres violadas y sin recursos.

Me acordé de Rocío durante toda la manifestación del día 8M y grité con rabia en su nombre. Desde la rabia de lo que sabes que es verdad. Aunque cueste creerlo. Aunque cueste cambiarlo. Pero con toda la rabia.