"Colapso" de Cristhian A. Navarro

08.08.2021

Mi nombre es Alejandro. Siempre soñé con ser médico. Pronto estaré muerto... 

Me emocionaba visualizarme salvando vidas, prometí dar siempre mi mejor esfuerzo. Pronto descubrí, me interesaba una especialidad médica; la neumología pediátrica. Creo que los niños son los seres más puros e incomprendidos; sin maldad, sin prejuicios, con enorme curiosidad e inocencia.

Características que la vida marchita con el tiempo. Por años, ser médico llenó de satisfacciones y sentido mi vida. Aun así, desearía no haber elegido jamás dicha profesión.

Todos sabemos cómo inicio esto, mi tiempo se acaba, no voy a desperdiciarlo. ¿Será necesario escribir esta carta? ¿Quién habría de leerla? ¡No tengo nada que perder! ¡Maldición, nadie se tomó esto en serio! Culpamos a todos y a todo, fuimos irresponsables. El egoísmo característico de nuestra estirpe y una macabra broma del destino, hicieron que "el fin de los tiempos" se volviera una horrible realidad.

Aquel virus mutó. No hubo tiempo para investigar, la letalidad y el contagio aumentaron tanto que, en cuestión de días, la muerte se adueñó de las calles. Un infectado presentaba complicaciones súbitas, mortales, al poco tiempo después del contagio. En el hospital no cabía un alma más, era imposible atenderlos a todos, mirábamos con horror los cadáveres apilándose uno tras otro.

Fue justo ahí, frente al creciente horror de contemplar la muerte hacerse presente en los ojos de mi último paciente, que llegó a mí el más funesto pensamiento, tan terrible que abandoné todo y salí corriendo del hospital. ¡Maldigo la hora que me entregue al pánico! No me importó faltar a mi juramento hipocrático. Conduje a casa como desquiciado, las llamadas al buzón de voz empeoraron mi nerviosismo. Me remordía saberme lejos de casa, todo por cumplir con mi profesión.

Frené de golpe, temiendo el terrible desenlace. Abrí la puerta y mi familia, al verme, corrieron todos a abrazarme entre llanto y alegría. El televisor transmitía el caos propio de una civilización moribunda, los saqueos y la violencia sin sentido. Las incontables oleadas de enfermos que llegaban hasta las puertas de los hospitales para morir allí mismo.

"Es el fin del mundo" -dijo mi esposa llorando-. Estuve de acuerdo, pero mi mundo se terminó cuando me di cuenta de que los había condenado a la más horrible de las muertes. No habían salido de casa en absoluto; teníamos comida, refugio. ¡Todo! Ellos saben que jamás les haría daño, solo quería estar con ellos, asegurar su integridad. Verlos una última vez. ¿Sabes qué es lo peor? Conocer el final, saber la cruel forma en que la muerte reclama a los contagiados. Nada podía hacer por ellos, ¡nadie podía!. Ni teniendo a mano la tecnología del hospital donde luchaba por salvar vidas. Solo quedaba estar juntos... disfrutar nuestras últimas horas y esperar lo inevitable.

Me cuesta mucho continuar, casi no puedo respirar y mis lágrimas ya han mojado este testimonial. Ayer perdí a mis hijos; la más pequeña fue la primera; convulsionó con violencia tras una incontrolable fiebre, los ojos se pusieron en blanco; sus delicadas manitas y su mandíbula, dolorosamente rígidas. La expresión de dolor y miedo en su pequeña carita me hizo sentir miserable, ¡qué estúpida ironía del destino! Dedicarme a salvar a los más pequeños y no poder hacer nada por la niña que más amo en el mundo. Lloré de impotencia con ella entre mis brazos. La abracé fuerte contra mi pecho, como buscando que la muerte no pudiera arrebatármela. ¡Me negué a soltarla!, aún sabiendo que ella ya no estaba con nosotros.

Poco después fue el ineludible turno de mi hijo, con un final igual de terrible el cual prefiero no describir y mucho menos recordar. Hoy en la mañana perdí a mi esposa... La tomé de la mano con las pocas fuerzas que quedan en mí, la miré a los ojos y le dije que todo estaría bien... le mentí.

Lo he perdido todo, pero no tengo el valor de adelantar lo inevitable, espero mi final pacientemente, sentado al borde de la cama donde ellos por fin descansan. Deseo encontrarlos en la otra vida para pedirles perdón por haberles fallado en esta.

Los amo tanto... Así será, hasta la muerte y después.

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Imagen: Autor, CIRO MARRA