"Cielo florido", de Lola Sáenz Ruiz de Velasco

26.05.2019

(A mi grupo de lectura, que tanto me hacéis reflexionar, reir y soñar!!)

Soñaba que era un águila dorada, que aleteando mis alas bordeaba un precipicio, por el que un grupo intrépido se deslizaba con cuerdas de colores formando un arco iris por donde subían y bajaban, gritando y riendo, sin miedo a la altura, a la caída, a la nada.

Bajo el acantilado, sobre un manto de arena blanca, vibrantes colores de pétalos de flores, salpicaban la playa.

Con mi pico agarré el final del arco iris y estirando fui formando un largo tobogán por donde los atrevidos escaladores se deslizaron hasta llegar a la arena blanca, saltando y corriendo en busca de flores.

Itziar y Eva cogieron girasoles, formando grandes soles, mientras Txema, Adela y Diego dibujaban planetas y cometas con amapolas , campanillas y pensamientos.

Sara con margaritas y tulipanes intercalaba lunas crecientes, menguantes y llenas.

Y Maria Jesús con los abuelitos y mimosas, diseñaba estrellas luminosas.

La mandala del universo brotó por toda la playa, por un momento cambió de lugar, bajó de las alturas y se puso a ras del suelo, y Marisa con palos, piedras, hiedras, plumas y conchas la adornó con esmero.

Yo volaba perpleja viendo como mi cielo desaparecía. Ya no estaba arriba, me empujaba y la tierra me absorbía. Las flores cobraron vida. Rotaban, se mecían, se mezclaban y se unían, haciendo combinaciones que yo desconocía.

Mis plumas se erizaron, la emoción me envolvió. Me posé en Peñatxuri a disfrutar de este mágico momento : Cielo y Tierra unidos por figuras y círculos de colores en perfecta armonía.

De repente, desde el horizonte, una inmensa y larga ola como una bandera gigante de plástico, comenzó a acercarse a este universo terrícola y lo envolvió como a una pecera.

Mis amigos empezaron a correr, gritando asustados. Sus caras de alegría y felicidad se transformaron en terror y miedo. El tsunami transparente estaba ya encima y empezó a engullir a nuestro jardín celestial.

¡Algo tenía que hacer!, nuestro instante soñado se desvanecía.

Abrí de nuevo mis alas doradas y agarrando con mis patas la bolsa transparente la empujé con todas mis fuerzas hacia el cielo, intentando colgarlo de nuevo en su sitio. Iba muy despacio, pues el peso era enorme y apenas me quedaba energía.

Según iba subiendo miraba a mi playa descolorida y a mis queridos montañeros que agarrados de nuevo al arco iris me alentaban a seguir para arriba.

Cuando les perdí de vista, solté a mi cielo florido y con suaves movimientos circulares, todas las flores fueron colocándose en la inmensidad del techo, buscando su sitio que habían perdido.

¡No podía más! Me sentía agotada, exhausta, mis alas se cerraron y caí al vacío. Al chocar con la tierra, desperté.

Las lágrimas me impedían abrir los ojos, pero, poco a poco, al tocar la arena, oír la música, oler el humo y sentir el calor del fuego, fuí recobrando el sentido.

¡No daba crédito!, ¡Si, mi cielo me sonreía!. La mandala celestial seguía allí, con sus brillantes colores, con las estrellas y mi luna.

De nuevo la emoción me envolvió y mi piel se erizó.

Mis valientes amigos ahora reían, cantaban y saltaban alrededor de una hoguera. Era la de San Juan.