"Celos", de José Mensuro Hernández

22.05.2019

Contemplo en la penumbra tu figura de diosa. La luz matizada, apenas permite apreciar tus rasgos divinos, la blancura marmórea de tu desnudo cuerpo en reposo, pienso lo afortunado que soy de que seas mía.

Luna de luz plateada, te deslizas sigilosa, te cuelas a través de la ventana sin permitir detectar tu presencia y me robas la imagen de lo que más quiero; en silencio, aprovechando la hora nocturna en que todos duermen, te la llevas contigo a tu mundo del firmamento. Lejos, muy lejos...

En las sombras de mi soledad, trato de sentirla, tenerla de nuevo a mi lado, saber que no me ha abandonado. ¿Por qué el hueco aún cálido de su presencia, no se llena nuevamente para poder acariciarla? Todo en vano. Luna llena de luz plateada que la enamora, me la has robado.

Te persigo luna, por las calles desiertas, silenciosas, en las que apenas resuenan mis pasos por ese laberinto gris, de asfalto recalentado, cuyos altos edificios cual gigantes inmisericordes parecen cerrarme el paso, impedir que te vea para saber dónde te la has llevado. Atrás queda la ciudad con pálidas bombillas que no alumbran. Te ríes de mí, mientras luz de luna plateada, continúas alejándote. El bosque me acoge entre sus árboles. Robles, encinas, hayas, abedules, entre cuyas copas tratas de ocultarte. Corro casi sin aliento, luna de plata, persiguiendo tu blanca silueta con la mirada, con el .corazón; más siempre te escapas, arrastrándola contigo.

Quiero alcanzarte con mis manos, pero estás tan lejos... Extenuado llego hasta el mar, donde no hay árboles que impidan verte. Nuevamente te tengo, Luna plateada, para reclamar, aunque sea con la mirada, lo que me has arrebatado. No sé si es por deseo de llenar la soledad que me oprime, intuyo percibir entre tus grisáceas manchas la silueta de mi amada. Diosa de la noche, hasta las estrellas palidecen de envidia ante tu esplendor. Altair, Capella, Naos, Atria, Polaris y tantas otras, aminoran su brillo dejándote como reina del universo. ¡Por qué!, ¿por qué con la magia de tu rayo de luna, con alevosía me la has robado? ¿Por qué ella?

Poco dura el momento, una traicionera nube te envuelve en su etéreo manto a la vez que susurra un poema de amor. Oculta a mis miradas, creo haberte perdido. Recorro el firmamento en vana esperanza. ¿Por qué no tengo alas que me eleven para poder rescatar lo que sólo es mío? Desesperado, lágrimas de fuego abrasan mis mejillas y un dolor insufrible oprime mi corazón. Perdidas mis esperanzas, un desgarrado grito de impotencia se escapa de mi garganta. Le pido al mar que se encrespe, al viento que entone su canción más triste, a las olas que restallen y retumben con ruido ensordecedor. Algo que acalle mi angustia, luz de plata de luna. ¿Por qué te la llevaste a traición?

Te vislumbro a lo lejos en la arena. Corro, y allí en un charco, estás con ella riéndote de mí. Mis huellas se borran con el devenir del agua, dejándome sin pasado, tan sólo el presente de verte cerca. Entro en el agua que se mueve con mis pisadas; cogerte, y rescatarla. Tiembla tu imagen, oscila, y cuando casi te tengo, tu reflejo desaparece.

Hay sombras en mi soledad. Caigo rendido. Los primeros rayos del sol se cuelan por las rendijas de la ventana. Está a mi lado, voluptuosa, satisfecha, con una sonrisa en su mirada. La abrazo, el olor fresco y el calor que trasmite su cuerpo, me dicen que no estoy soñando. Lágrimas de alegría inundan mis ojos y con voz entrecortada le cuento como la luna, traidora, luna ladrona, luna llena de luz de plata, entrando por la ventana, me la había quitado y llevado a su mundo lejano.

No es posible, dice mientras me acaricia. ¿No ves que los postigos están cerrados? Me tranquilizo; la abrazo con todo mí ser y me sereno al sentirla mía. No obstante, obsesionado, no puedo evitar el pensar que en el próximo plenilunio, Selene, luna de luz plateada, te la llevarás nuevamente contigo.