"Carrilleras" de buey en su jugo con salsa de trufa de Juantxu Bohigues Rodríguez
Hubo una condesa que se enamoró de un escritor; coincidieron en un café, ella entró por primera vez, y él era asiduo del local. Al escritor le dejaban beber un vaso de agua y no estaba obligado a consumir.
Ella decidió sentarse a la mesa contigua de él. El azar los unió. A ella le gustaba observar a los hombres mientras escribían, sentía curiosidad por conocer el origen de las palabras que formaban un relato, la facilidad con que ese escritor en particular, articulaba frases que procedían de su cerebro. A él le gustaba la riqueza de ella. ¿Cómo sería vivir sin preocuparse por el dinero?
Animales diferentes de un mismo zoológico. Ella le sonrió, él miró sus pulseras y sus pendientes. Ella pensó:
"¿Cómo se escribe un libro?" Él pensó: "¿Cuántos amantes tendrá esta mujer?
Ella quiso ser él, por lo menos diez minutos; él quiso tener los mismos ropajes que ella. Ella se dignó a hablar, tras encender un cigarrillo haciendo el máximo ruido posible:
- "Disculpe, ¿qué escribe?".
Él la respondió casi sin mirarla, se preguntaba cuál podría ser el tamaño de sus senos:
- "Poesía".
Por primera vez los dos se miraron, un hombre y una mujer, desnudos no existirían las clases sociales. Ella se acercó un poco más al cuerpo de él, echándole el humo sobre sus papeles; él inhaló el humo por la boca y la nariz.
Más tarde se acercó, porque el muchacho hablaba en un susurro.
- "¿Por qué?".
- "No hay por qué, escribo".
La condesa se quitó el chal, dejando sus hombros al descubierto. El camarero ya le había traído una copa de Ribera del Duero tinto añejo. El último libro que leyó la condesa no lo terminó y era de Henry James.
- "Me puede leer algo de lo que escribe".
- "No... no la conozco lo suficiente".
- "¡Nunca sonríe!", le preguntó ella.
- "Sólo después de cenar", afirmó él.
- "¿Hoy ha cenado?", insistió ella.
- "Llevo dos días sin comer", contestó el escritor mientras acababa su siguiente soneto.
Acordaron salir juntos. A ella le intrigaba esa personalidad "insolent" de él, ese orgullo malcriado, "el orgullo de los que están debajo de la escalera".
La condesa no caminaba, se deslizaba, aprendió a caminar con libros en la cabeza; no tenía mucho tiempo, en breve vendrían a buscarla, estaba entre dos ausencias, la de su padre y la de su marido. Ellos no perderían el tiempo con escritores.
Ella conocía un restaurante cerca del lugar, al cual siempre accedía montada en su carruaje tirado por dos caballos y con los acompañantes habituales, primos y familia de su esposo. Ella pidió un reservado, él escogió una mesa central donde todo el mundo pudiera observarlos. Ella accedió, ¿un capricho?, pues te será concedido.
Les enseñaron la carta, ella quiso comer con champán, pidió unos "hors d´oeuvre" de primero, y "Carrillera de buey en su jugo con salsa de trufa" de segundo, para finalizar con unos "crêpes du banana avec du chocolat chaud" por encima. Cuando le tocó el turno a él, el escritor dijo: "¡Yo tomaré unas patatas con vinagre!".
El camarero le indicó que el plato "Patatas con vinagre" no se encontraba en la carta. El escritor molesto hizo ademán de marcharse, pero tras los ruegos de la condesa y la gentileza del cocinero se pudieron satisfacer sus demandas.
Cuando el camarero ofendido salió disparado para otra mesa, bufando por su mala suerte (siempre le tocaban los peores clientes), la condesa le pidió una explicación.
El escritor puntualizó: "Mañana tú volverás a tus salones, a tus desayunos, a tus dietas; mi estómago cuando me pida mañana comida, le daré patatas con vinagre y estará callado hasta el día siguiente, si probara cualquiera de estos platos, mi estómago rabioso me suplicaría degustar esa comida, algo que no puedo darle".
Al poco tiempo, la condesa tuvo que disculparse, la esperaban. Ella abonó la cuenta y como regalo el escritor le regaló su último soneto. Aún ahora, años después, desconocemos quién salió ganando y quién salió perdiendo.
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Imagen: Obra de la pintora Edurne Gorrotxategi (Getxo, Bizkaia)
