"Carnada" de Eduardo Omar Honey Escandón

27.10.2021

Despiertas de un mal sueño y te das cuenta de que es tarde. Te levantas para arreglarte y sales. Estómago y cartera vacía gruñen al unísono.

Caminas rumbo a una entrevista de trabajo cuando te encuentras una moneda de cinco céntimos. Refulge como nueva ante el sol del mediodía. No es mucho, pero es una linda moneda y la recoges.

Más adelante hay un duro también en el suelo. La multitud pasa a su lado y por encima sin prestarle atención. Tampoco es tanto, aunque te atrae el reluciente metal. La levantas y admiras antes de guardarla.

Cuando alzas la mirada observas que algo más adelante hay un billete nuevecito sobre la acera. Miras a los lados y adviertes que, en apariencia, a nadie se le cayó. Corres hacia él antes que te lo ganen. Al levantarlo suspiras de emoción y orgullo. Estás por guardarlo cuando percibes metros más adelante otros cinco billetes.

No lo piensas más, aceleras el paso empujando a diestra y siniestra. ¡Hoy es tu día de suerte y nadie será más afortunado que tú! En cuanto llegas, cual ave sobreprotectora encima de tu nido, proteges tu hallazgo. Te arrodillas confiando en que nadie más vendrá a buscar a estos hijos perdidos. Uno por uno los tomas con cuidado para que su condición de nuevos, recién salidos del banco, no se alteren. Sientes la textura del papel, las impresiones para evitar falsificaciones... incluso su olor.

Momentáneamente lamentas haber estrujado el otro billete pero, al contar lo que tienes, tienes resuelto el día. Quizás varios si te disciplinas.

Sacudes tu ropa, algo mojada por el sudor y manchada por el polvo de cuando te arrodillaste. Luego la acomodas, alisas alguna arruga y retomas tu camino. Hoy de seguro obtendrás el trabajo que tanto necesitas. No será suficiente la paga para lujos, pero cubrirá lo mínimo. Les demostrarás lo bueno que eres y, sin dudar, pronto te darán mejor posición como salario y prestaciones. Te detienes, no puedes creerlo... algo más adelante hay un fajo de billetes de máxima denominación unidos por un cintillo. Brillan, no porque sean de metal: las nubes se han cerrado en el cielo y a través de un breve espacio un rayo de luz cae sobre el fajo. Olvidas cualquier compostura y te lanzas al galope aventando a quien se interponga en tu camino. Tus sentidos están centrados exclusivamente en ese tesoro y todo lo demás entra a la periferia de un túnel oscurecido por la capa de lo que no te importa. A dos o tres pasos te lanzas cual depredador sobre un cervatillo y, sin prestar atención a las ropas y piel que se desgarra, cubres el fajo. No te permites parpadear, oteas en derredor en la búsqueda del dueño u otro depredador.

Tras unos segundos determinas que no hay riesgo y te yergues. Dejas que el pulgar recorra el borde de los papeles como si pulsara un arpa celestial y te dejas envolver por el sonido, movimiento y olor. Con este monto podrás vivir a gusto dos o tres meses.

Lo guardas con el resto de tus hallazgos, te pones de pies y dudas antes de continuar. Quizás el trabajo no sea tan importante si continúa esta racha. Bromeas contigo que nunca te planteaste tener como profesión el ser cazador de oportunidades. Sin embargo, un rapto de conciencia te enfría momentáneamente y recuerdas los meses que has pasado viviendo al filo de la navaja. Lamentas los estropicios sobre tu persona y la vestimenta, ya encontrarás alguna excusa ante la apariencia nada prolija. Preguntas la hora y te das cuenta de que estás con enorme retraso así que aceleras tu andar y procuras no distraerte con semáforos, autos y cruces. Finalmente llegas al edificio donde será la entrevista. Aprovechas el escaparate de una tienda al lado de la entrada para acomodar el estrago que eres. Entonces, en el reflejo del edificio atrás de ti, en la cúspide de las escaleras ves un montón de fajos de billetes. No piensas, sólo actúas y corres en pos de él que lentamente se desliza tras una puerta que se cierra cuando la cruzas. El letrero encima reza, inocentemente, "Banco de Crédito".

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)