"Cárcel poética y beso" de Jesús Paguillo Palacios

03.09.2020

¿Que por qué no te doy un beso? Es difícil de explicar. Siempre he tenido una visión casi poética de mi muerte. Pensaba en ella esperanzado en tiempo y libertad, también en egoísmo. Viajes, cerveza, comida y sexo. No, no hablo de autodestrucción, hablo del conocimiento, del hecho de saber
que uno mismo está muriendo. Pero entonces de bruces nos encontramos en esto...

Quizá también es poético: una celda de cariño, de comida y bebida, de amor incondicional, también de viajes. No, no de los que hago al supermercado una vez a la semana o de las visitas a la farmacia para recoger tus medicamentos, tampoco al trabajo al que dejé plantado sin rencor ni dudas por protegerte. Hablo de los viajes que nuestra vida ha hecho juntos desde que salí de tu vientre, esos que me recuerdas cada día mientras tus dedos se deslizan entre lana y agujas.

Es difícil escrutarse cada mañana, comprobar y diferenciar si el dolor de cabeza o de garganta son debido a aquello que nos acecha. Es duro mirar las pantallas que en el interior de nuestro hogar nos transmite la realidad. La televisión vomita cada día cientos de corazones detenidos. La ventana pinta una calle desabrigada y desierta bajo un cielo de nubes gris oscuro. Sé que si viviera diez años más recordaría esta época por esas nubes, las describiría como algodón copioso, oscuro y sucio. Todo gris. Solo resalta el verde de los árboles en plena primavera.

Ah sí, disculpa, estaba escrutándome cuando comencé a divagar. Veamos: ganglios inflamados, escozor de garganta, carraspeo... mis manos están a más temperatura que mi frente ¿Será porque las he tenido en la mesa camilla y se han calentado por la estufa? Mejor comprobarlo con el termómetro. No, no tengo fiebre y mi respiración es normal. El vaho se impregna en la ventana de la que hablaba antes. Me quedo tranquilo esto no parece ser lo que temo. Esto solo es lo que ya sé que es.

Mejor apagar la televisión, en el salón de estar ya no caben más cifras y la curva casi llega al techo. Es conveniente poner algo de música pero no tengo ganas de escuchar. Los himnos de hace unas semanas ahora son palabras vacías, ya no creo en musas, de hecho, ya solo puedo creer en los combatientes de verdad; esos que visten de verde pero no de verde militar ni portan armas. Ya solo puedo creer en uniformes verdes sanitarios y blancos mascarillas. Siempre debatí contigo por tu creencia religiosa, siempre dije que yo no podía creer en quién se escondía y eso me reafirma. Creo en aquellos que la única arma que portan es la de vencer al miedo que al resto nos confina.

¿Que por qué no te doy un beso? Es difícil de explicar cuando tu edad ronda los ochenta y el cáncer que avanza en mi interior me deja los días contados. Pero hay algo más. Está esa maldita pandemia que hace que cada vez que salgo de casa me arriesgue a coger un virus que para ti sería mortal, ni si quiera sé en este momento si lo cogí antes de dejar el trabajo. Nadie me avisó. Tampoco puedo acceder a una prueba que me diga si lo tengo. Por eso aunque convivamos tengo que alejarme de ti, por eso no puedo darte un beso por eso tampoco sé cómo explicártelo. Quizá muera sin volver a besarte, sin volver a abrazarte. Pero en el lecho de mi muerte sabré lo que es la fortuna de haber compartido una cárcel de oro contigo... mamá.